Por Lilia Cisneros Luján
Suman ya varios lustros cuando expertos presentaron a autoridades de diversos estados proyectos para aprovechar el agua de lluvia. Ante la nula respuesta empezaron a dar conferencias reuniendo grupos diversos de la sociedad civil que cuando menos dieron como resultado que algunos ciudadanos incluyeran en su vivienda ciertos sistemas simplificados para lograr dicho propósito. Paralelamente las inundaciones, básicamente en zonas urbanas, aumentan su intensidad cada año sin que se tenga noticia de que previo a la época de tragedias, autoridad alguna se ocupe de desazolvar o limpiar lo que ya se sabe se convierte en cauce y arrastra toda clase de basura. Hace medio siglo todavía los habitantes de casa barrían sus banquetas y dedicaban propinas para apoyar al camión de la basura a fin de que recogiera el montón acumulado en la orilla del espacio de peatones, incluso era normal que individuos –no se sabe si particulares o empleados del ejecutivo en ciernes- le solicitaban una ayuda para desocupar las coladeras. Hoy casi todos los miembros de la familia trabajan, imposible pedirles que barran, antes de salir a tomar un trasporte que les acerque por casi dos horas a su oficina o fábrica. Pero se supone que alguien podía haber considerado que la atención integral de una ciudad o poblado, debiera tomar en cuenta dicha labor ¿Qué hacen con los equipos adquiridos para esos fines? Lo que se ahorran en empleados que manejen estos procesos, ¿lo guardan para caridades comprometidas con el voto? ¿Tendrían respuestas lógicas a las diversas denuncias ciudadanas planteadas por fugas, rupturas de ojos de agua[1] o desperdicios de esta que dan lugar a eventos trágicos como el de Coahuila?
Siendo gravísimo el problema de la falta de agua, no sabemos de acción alguna que con seriedad se ocupe de garantizar el derecho humano que los mexicanos tenemos a este recurso y si en cambio lo que abunda son discursos repletos de mentiras, como lo que se ejemplifica en Chiapas –ahí donde se asesinan mujeres y niños por los terrenos- por el evento de celebración de los 30 años de los tribunales agrarios. En medio de la fiesta al gobernador se le olvidó mencionar el aumento de invasiones a las fincas cafetaleras, algunas de ellas con más de cuatro generaciones de trabajo continuo para lograr un producto que antes se exportaba con cierto orden y reconocía mundialmente. Hace dos años los dueños de la concesionada con el número dos en el siglo pasado, sufrieron otra invasión y en un par de semanas, los terrenos, ya estaban divididos en manzanas y listos para el arribo de personas –migrantes muchos de ellos y delincuentes otras- que además de atentar contra la producción de un muy buen café, en breve estarían exigiendo dotación de agua. Luego de gastar en abogados y de verificar la inutilidad de los tan celebrados tribunales agrarios en esta materia y después de perder un buen porcentaje de café en ese año, ganaron el asunto ¿Para qué? bueno pues para dejar que otro grupo les invadiera de nueva cuenta la semana pasada. ¿Son los mismos mafiosos estos y los que roban el producto en el trayecto de la finca al puerto de Veracruz donde se envía a toda Europa? ¿Qué relación tienen estos con los que contrabandean café de mala calidad de centro América? ¿Cuál es la postura de empresas que fabrican café instantáneo de mediana calidad y que en realidad lo que venden son olores y sabores artificiales?
Sin que sea menos importante, aunque por limitaciones de espacio omito los temas de salud, producción agrícola, mantenimiento de inmuebles y carreteras y por supuesto seguridad, voy a centrarme en otra de las grandes pérdidas: la educación. Inventar el hilo negro cuando estamos en una maraña de filamentos del mismo color indica cuando menos ignorancia, ausencia de respeto por lo aprobado y vigente y síntomas que descubren que tipo de persona es quien lo propone. Por la forma de presentarlo, la omisión de estudios –históricos y metodológicos entre otros- mi mente se remontó al inicio de los 70 cuando como resultado de las consecuencias de protestas del 68, dijeron, de una larga lucha académico-político, ciertos alumnos y profesores jóvenes plantearon el plan de estudios de autogobierno de la ENA-UNAM, que fue aprobado por el consejo universitario en 1976. De los seis objetivos deseo resaltar tres: diálogo crítico, vinculación al pueblo y autogestión, como una forma “novedosa” de concebir el proceso de enseñanza-aprendizaje. Para los autores de lo que fueron los esfuerzo desde 1858, que pasaron desde ser talleres, cursos y procesos académicos que concibieron las carreras de arquitectura e ingeniería; a la par de un claro conocimiento de los requerimientos de la población, así como las limitaciones financieras se adhirió una serie de vivales con más audacia que conocimiento y al fin lograron el llamado autogobierno. ¿Quiénes fueron los alumnos de la UNAM que conocieron de dicho proceso? ¿Porque el autogobierno no sobrevivió más que como una etapa que por elemental respeto debe conocerse?
Por supuesto la iniciativa que apoyó al desarrollo de la facultad de arquitectura y muchas otras que estuvieron atentos a la dicha “invención del hilo negro” fue trascendente; pero también es verdad que nunca se trató –cuando menos por parte de la gente seria- de aniquilar a quienes no lo apoyaron y más grave es aunque sin estudiar en detalle los resultados de este sistema haya quienes deseen inventar una hebra medio negra, para convertir algo tan importante como la educación de millones de seres en formación en simples semi robots sin capacidad de cuestionamiento y de aprendizaje. ¿Hay alguien midiendo el monto de las pérdidas?
[1] En Coyoacán se sabe por lo menos de la producida por la construcción de la librería Elena Garro –lo que sale de ese ojo de agua se tira al drenaje- y lo de una construcción en la calle de aztecas que tampoco se ha reparado ni canalizado.