El mecenas Polo

Por Jesús Chávez Marín

En Chihuahua están los empresarios más miserables y en cambio se edifican las esculturas más buenotas ―dijo en 1990 mi ex amigo Topolobampo Aguirre, en una conferencia literaria, refiriéndose a Polo Mares y luego a las estatuas de La Diana Cazadora que está en la calle Mirador y La Adelita de la avenida Tecnológico.

Lo habían invitado a que hablara de su obra en la Quinta Gameros y leyera algunos de sus poemas en un festival de literatura. A pesar de su ingenua juventud, Topolobampo era en ese entonces el santón de las letras de la región y tenía muchos fans de los que leen poco pero van a todos los cocteles culturales. Así que Topolobampo aprovechó el viaje para quejarse amargamente, que es el show que mejor le sale.

―Ustedes, que son la inteligencia de esta ciudad ―le dijo a su audiencia, pues siempre acostumbra granjearse la voluntad del respetable público― sabrán comprenderme de inmediato.

Resulta que dos semanas antes había tenido la pésima idea de pedir cita con el famoso ex abarrotero, y ahora socio de almacenes globales, para decirle que lo consideraba un prócer de la cultura, mecenas inmarcesible, y que por eso le concedía el honor de invitarlo a que financiara la publicación de su más reciente libro: una novela que hablaba de la grandeza chihuahuense, no sin cierta crítica a la sociedad actual, tan llena de complejos problemas.

―Cómo no, cuente con ello ―respondió el magnate, midiéndolo con la mirada, luego de la solemne alocución de Topolobampo.

―Muchas gracias, señor Mares. No solo se lo voy a agradecer yo sino la sociedad entera, pues la literatura y el arte, como usted muy bien lo sabe, son obra pública, como los puentes y el pavimento, tan necesarios para el alma colectiva de los pueblos.

Un tanto cuanto desconcertado por los repentinos conceptos del conspicuo escritor, el forzado mecenas agregó:

―Puede usted pasar mañana mismo a nuestras oficinas a recoger un cheque de mil pesos. Esa será mi contribución para la hechura de su libro, que estoy seguro será tan entretenido como todos los que usted escribe.

Topolobampo, quien un minuto antes ya había visto completa la película de sus ilusiones donde el libro salía de la imprenta con todo lujo y con vasto tiraje, no se esperaba este golpe de dados que le había dado su interlocutor: aquí tienes mil pesos, muchacho. Aunque no era muy rápido de mente, procuró que no se le movieran tantos músculos de la cara como ya se le habían movido sin control, lo cual resulta fatal no solo en el pokar sino también en los arduos negocios de la literatura. Alcanzó a agregar, aunque ya con el tono de voz un tanto disminuido y desafinado:

―Pero don Polo, la edición de mi obra cuesta setenta y tres mil pesos, precisamente aquí le traía el presupuesto.

―“Señor Mares”, para usted. Pues mire, yo creo es muy justa la cantidad con la que nuestra empresa está dispuesta a patrocinarlo; es muy buen inicio para que usted empiece a juntar la cantidad que necesita. No es poco ni es mucho, me parece una suma razonable de nuestra parte en el apoyo de las letras chihuahuenses.

Topolobampo no lo podía creer. Como se quedó mudo, el astuto empresario agregó:

―Pase mañana por el cheque. Solo voy a pedirle que me consiga un recibo deducible de impuestos, de alguna institución de cultura, o de alguna escuela de educación superior, por la cantidad asignada. Y me despido, buenas tardes, tengo que salir hoy mismo a nuestras oficinas de Ojinaga, me dio gusto verlo.

Topolobampo le dio la mano para despedirse, pues era un hombre bien educado, pero casi murmurando entre dientes un montón de rayadas de madre, literatura más bien demasiado costumbrista.

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