Por Lilia Cisneros Luján
Parece consecuencia inexorable, que algún líder político que inicia con altos puntos de populismo, termine siendo muy impopular. Sin que se pueda llegar a lo genérico, ese parece ser el destino de quienes, a fuerza de retórica, llegan al poder con altísimos márgenes de aceptación –tal cual ocurrió con Nerón en la antigua Roma, Hitler o Franco en Europa- siendo su final el rechazo popular casi siempre por su imposibilidad de reconocer con cierto grado de humildad sus imperfecciones.
En América podemos escoger de entre varios gobernantes populistas, que terminaron agredidos o quizá odiados por el mismo pueblo que en un principio les aduló; y el cuestionamiento es simple ¿Qué es lo que espera la gente que ellos realicen? ¿Por qué en Colombia es casi seguro el triunfo de un guerrillero amigo de narcotraficantes, autodefinido como de izquierda?
En nuestro país, son muchos los enunciados de campaña que emocionaron a los votantes en diversas etapas de “cambio” –en el caso del actual primer mandatario no solo los pobres- aunque la mayoría de ellos suponen un cierto grado de inclusión en términos laborales o económicos ¿En el ámbito emocional tiene algún peso la posibilidad de “cobrársela” a quien recientemente nos excluyó o dejó de considerarnos en sus planes? ¿Por ello es relativamente fácil allegarnos la voluntad de los desempleados, resentidos, temerosos o empobrecidos? No hay que tropezarse con la misma piedra, decían las abuelas, pero si alguien tiene propensión de hacerlo son justamente los seres humanos.
En esta fase de desarrollo gubernamental más que análisis cuasi académico, es pertinente pensar en cosas especiales que nos llevan al punto de justificar en la mitad de actual gobierno las bondades del PRI y hasta del PAN ¿Conoces gente que teniendo hasta maestrías no han sido convocadas a ser parte en gobiernos del cambio? ¿Sabes de personas convocadas que a la hora de la verdad son “corridas” sin que se les liquide o cuando menos se les den las gracias por el trabajo prestado?
En el ambiente impuesto por la pandemia y reforzado por el temor producido por el relato continuo de muertos, secuestrados, extorsionados, asaltados y hasta quemados, salvo el uso de la herramienta electrónica que sustituye la emoción de tener enfrente a un ser vivo que nos abrace y converse, la realidad universal se denomina soledad. A quienes están en el sexto piso y más de la vida, la televisión sirve de murmullo para imaginar que alguien les acompaña, los más jóvenes ponen su música estridente –con audífonos o al natural- y casi todos esperan con ansia el zumbido del celular, a fin de comprobar que estamos en la mente de alguien que nos ha enviado un mensaje. Los que tienen un gran espacio físico ocupado por casetes o diskettes, no encuentran como hacer funcionar su viejo y anticuado reproductor de tales materiales viviendo entonces la ironía de una opulencia que ni siquiera pueden escuchar menos disfrutar. Y así es como mucha riqueza se arroja a la basura.
A finales de los ochenta, con el acompañamiento de mexicanos sobresalientes[1], logramos llamar la atención acerca de un problema de salud que por sus números parecía no importar al sector ¡hasta construimos un hospital en Querétaro! A escasos metros de donde se terminó atendiendo un niño al que compañeros de la tele-secundaria, quemaron al parecer de forma intencional. ¿Saben cómo influyó un ex jefe de gobierno para atacar a esta OSC en favor de los niños quemados en la ciudad de México? ¿Qué hicieron los diversos gobiernos del cambio para defender esa obra de la sociedad civil en el bajío? ¿Cómo es posible que todavía hoy después de tanto esfuerzo por difundir medidas de prevención haya una maestra que recomiende ponerle cebolla en las heridas al infante víctima?
Quemar –bosques, coches, locales, ciudades o personas- como una forma de presión y hasta venganza, debiera ser entendida por los populistas como un aviso de que se está llegando al límite de la tolerancia. Ocurre por la impotencia de ser verdaderos agentes de cambio sobre todo a imprudentes votantes que lo hicieron con las vísceras y no con la cabeza ¿quiénes facilitaron la llegada de personas notables en algunos casos que a la hora de gobernar no la hacen, sienten culpa? ¿De que sirvió a los ciudadanos guiados por Nerón su poesía y gusto por la música? ¿Qué suponen elecciones de una minoría movida por la compra del voto? ¿El abstencionismo es solo un aviso o una verdadera tragedia democrática? Han escrito los entendidos que en el declive populista la abstención es hoy rey de reyes, que domina procesos electorales derrotando la democracia misma al permitir que déspotas y dictadores triunfen mediante la corrupción de los ciudadanos.
El desempleo, el hambre, el miedo al castigo y sobre todo el mal ejemplo –como pedir diezmos a trabajadores, no pagar a empleados o proveedores, mentir, proteger a los infractores o delincuentes- son aspectos que toman en cuenta los que tienen la inteligencia, y la humildad para reconocer que se equivocan al encumbrar a alguien que no lo merecía. Una vez reconocido el error “democrático” lo pertinente es actuar, dejando de promover, aun con críticas, al populista y sobre todo acercándose a la gente capaz, ¡que si la hay y México está pletórico de buenos mexicanos!
[1] El paido-psiquiatra Eduardo Dallal y su alumna patricia Romano, el epidemiólogo José carrillo Coromina, el maestro en salud pública Rodolfo Gracia Robles, el Dr. Andrés de Witt Green, Fernando Ortiz Monasterio, entre muchos otros que son extraños para los actuales funcionarios.