«Putas, activistas y periodistas», un libro que dignifica el trabajo sexual

Por Redacción de Desinformémonos

La noche del 7 de junio, decenas de personas se dieron cita en el Multiforo Cultural Alicia para escuchar la presentación de Putas, activistas y periodistas, un libro escrito por las trabajadoras sexuales que participaron en el taller Aquiles Baeza, impartido por la reportera, columnista y directora de Desinformémonos, Gloria Muñoz Ramírez.

El libro, editado por Gloria Muñoz y Krizna Aven (David Avendaño), es resultado de siete años del taller, en el que las trabajadoras sexuales, integrantes de la Brigada Callejera de Apoyo a la Mujer, «Elisa Martínez», aprendieron a hacer notas periodísticas, entrevistas y fotografías. En él se reúnen las historias de otras trabajadoras sexuales que entrevistaron las talleristas, así como se cuentan las historias propias de estas mujeres que durante siete años estudiaron y se prepararon para visibilizar sus luchas y prevenir sobre la trata de personas, la corrupción de las autoridades y la violencia en el trabajo sexual.

La presentación del libro inició con la actriz Ofelia Medina, quien a través de un video realizó la lectura dramatizada de uno de los testimonios que recopila el libro. El evento contó a su vez con las intervenciones del periodista y poeta Hermann Bellinghausen, la periodista cultural Adriana Malvido, las talleristas Beatriz Herrera, Krizna Aven y Sandra Montiel, y la entrevistada Emma Yésica Duvali, moderados por Ada Zahira.

«La lectura de los 16 testimonios es todo un viaje a lo peor y a lo mejor de este país. Lo peor, porque las historias suelen originarse en la pobreza, el maltrato familiar, el abuso o la violación a niñas y niños, la vida en la calle, el rapto o el engaño. Y suelen transitar, a veces por la trata, el alcohol, la droga y la enfermedad, pero siempre por la corrupción judicial y policiaca, la violencia, la extorsión, la cárcel. Y lo mejor porque, sin romantizar el trabajo sexual, nos cuentan historias auténticas donde también caben los sueños, el amor, la solidaridad, la conciencia, la autoestima y las ganas de una mejor vida. La capacidad de resiliencia de esta gente alcanza niveles inimaginables», dijo la periodista cultural Adriana Malvido durante la presentación.

A continuación compartimos la introducción de Gloria Muñoz Ramírez al libro:

Quizás ya no tenemos tan claro el momento en el que inició todo. Sabemos que a mediados del año 2009. El proyecto de Desinformémonos estaba naciendo. Me recuerdo en un autobús repleto de trabajadoras sexuales rumbo a Tlaxcala. De 40 personas, sólo tres no ejercíamos el oficio. Iba sentada junto a Elizabeth, una joven trabajadora sexual que, igual que yo, era la primera vez que acudía a un Encuentro Nacional de Trabajadoras Sexuales. Dormimos juntas. No no dormimos. Platicamos toda la noche. Yo terminaba una relación y estaba en duelo. No tenía ganas de entrevistarla, sólo quería platicar. Ella me escuchó, platicó de sus relaciones y terminó consolándome.

Elvira Madrid no se tomó la molestia de devolverme la sonrisa. Su atención estaba con sus compañeras, quienes no paraban de abrazarla. De mí sabía poco y lo que sabía no la conmovía. “Si viene de Chiapas o no es cosa de ella. Aquí no la conocemos”, decía. Su desconfianza tiene fondo. Decenas de antropólogos, sociólogos, periodistas, médicos, fotógrafos, trabajadoras sociales y documentalistas se han acercado a la Brigada Callejera, “pero pocos se quedan”. Algunos, dice, “se llevan lo que pueden de información, otros tratan de ‘salvar’ a las chicas, otros sólo quieren hacer su tesis o reportaje pero no devuelven nada. Y otros, sí, otros traicionan”.

“No es fácil trabajar con putas”, coinciden Elvira, Rosa Icela Madrid y Jaime Montejo, los fundadores de Brigada Callejera de Apoyo a la Mujer “Elisa Martínez”, A.C. Y en efecto, no es fácil. Pero no por ellas, sino por los prejuicios y consignas con las que nos acercamos a su trabajo. Es viejo el debate entre la reivindicación de su trabajo en condiciones dignas versus el abolicionismo que proclama su desaparición. Desde algunas “izquierdas” y feminismos parece más fácil exigir la extinción por decreto de “algo” que puede considerarse todo menos trabajo. Tratar de entender las causas estructurales que llevan a miles de mujeres y trans a refugiarse en este oficio, acompañarlas, escucharlas sin tratar de salvarlas y luchar junto a ellas por sus derechos, es más complejo y está lleno de matices. Y por ahí empieza el aprendizaje.

Putas, activistas y periodistas. Eso somos. Aprendimos a nombrarnos y a reconocernos. Nos sabemos dignas en nuestros oficios y en nuestras luchas. No apelamos a la objetividad, tan manoseada en estos tiempos. Ni víctimas ni victimarias, ni tratantes ni objetos de trata. Sujetos sí, de nuestra propia historia.

“Escribe un libro sobre nosotras”, propusieron después de un tiempo de conocernos. “No”, fue la respuesta llena de miedo. La descomunal ignorancia sobre sus calles y quehaceres no permitía otra respuesta. No se trataba de entrevistar y transcribir, sino de intentar otra cosa. Ninguna recuerda quién soltó la propuesta de iniciar un taller de periodismo para que ellas mismas contaran su historia, redactaran sus denuncias y escribieran “su libro”.

Empezamos el taller en una casa de trabajo que la Brigada Callejera tenía en la calle Mapimí, en la colonia Valle Gómez, barrio bravo del centro de la Ciudad de México. Unas cuantas sillas y un pequeño pizarrón en el patio hicieron de aula durante las primeras sesiones. Yo, lo confieso, no estaba segura de nada. Ahora sé que ellas tampoco. ¿A dónde iríamos a parar con un taller de redacción periodística un grupo diverso de trabajadoras sexuales y los equipos de Brigada Callejera y Desinformémonos?

¿Qué es el periodismo? Fue la primera pregunta. Tardamos en resolverla alrededor de seis sesiones. La respuesta de ellas estaba vinculada a la prostitución de la información, la manipulación, el amarillismo, la discriminación, el “chayo”, la enajenación y la mentira. Y, por lo tanto, los periodistas éramos manipuladores, vendidos y mentirosos. Por lo menos.

“¿Entonces por qué quieren ser periodistas? Este es un taller de periodismo y no podemos empezar si ustedes desprecian tanto este oficio”, cuestioné. Construimos entonces las respuestas del “otro periodismo”. Es decir, lo que queríamos hacer con la nueva herramienta que se nos acercaba.

“Queremos decir nuestra verdad. Queremos ser tratadas con respeto. Queremos que nos escuchen. Queremos que no nos discriminen. Queremos que se hable de nuestros derechos”, fueron las primeras respuestas a “por qué queremos seremos ser periodistas”. Si no podíamos cambiar el trato que nos dan desde los grandes medios, entonces nos formaríamos como periodistas”. Si no podíamos cambiar el trato que nos dan desde los grandes medios, entonces nos formaríamos como periodistas y lo contaríamos nosotras.

Empezamos a reunirnos los lunes a las 10 de la mañana. Nadie llegaba puntual y yo me exhasperaba. Después cambiamos a las 12 del día. Y pasaba lo mismo. Un día me atreví a soltar un discurso sobre la disciplina, el respeto, la puntualidad y demás principios que marca el establishment. Nadie dijo nada. Un día Melisa llegó corriendo y con un ojo morado al taller. “Me acabo de madrear a un policía que me quería detener, pero llegué”. Otro día supe que Eli regresaba de visitar a sus hijas en Veracruz, o que Mérida había trabajado toda la noche, o que Montserrat estaba en el hospital, o que Elvira y Jaime venían de reconocer el cuerpo de una compañera para impedir que se lo llevaran a la fosa común, previo paso por una funeraria que les dona los ataúdes. Fui tomando las lecciones en silencio. El taller se pasó a los martes a las tres de la tarde. Y todas, en la medida de lo posible, empezamos a cumplir.

Nos tomó seis meses responder a las preguntas ¿quiénes somos?, ¿qué queremos?, ¿para qué lo queremos?, ¿cómo lo vamos a hacer?, todas inspiradas en la organización zapatista que plantea el principio de caminar preguntando. Y así lo hicimos.

Somos trabajadoras sexuales, somos activistas y queremos ser periodistas para “poder contar nuestras batallas, nuestras guerras, nuestros sueños”. Queremos decirle a la gente “éstas somos nosotras” sin depender de nadie.

Vinieron sesiones de catarsis. Empezamos por conocer nuestras historias para responder al quiénes somos y desde dónde queríamos iniciar este trabajo. “Cuando grupos, pueblos, colectivos y personas analizan su situación y se dan cuenta que nunca se les ha reconocido su dignidad ni sus derechos y sus sueños, empiezan a organizarse y eso se llama rebeldía. Mientras, los otros empiezan a etiquetar a las personas con nombres insultantes y despectivos y a tratarlas como objetos”, concluimos.

¿Qué es la prostitución? “Es la acción de vender los principios y la ética a cambio a cambio de un valor monetario”, respondimos. Por eso no somos prostitutas. ¿Sexoservidoras? “Es estar dispuestas a que el amo nos tome en el momento en que se le antoje. A que nos use y nos tire”. Tampoco somos sexoservidoras.

Somos trabajadoras sexuales porque ofrecemos un servicio sexual y recibimos una retribución económica por él. “Ejercemos este trabajo desde la libertad. No somos víctimas ni victimarias” y “vemos que ya es tiempo de gritar que somos libres de decidir sobre nuestros cuerpos, nuestra sexualidad y nuestro trabajo. No somos víctimas, o en todo caso lo somos de un sistema que va haciendo al rico más rico y al pobre más pobre…”.

Las palabras “cansancio” y “depresión” fueron recurrentes cuando hablamos de cómo nos tratan los periodistas y los medios de comunicación. Aunque hemos aprendido a diferenciar, pues hay periodistas honestos que trabajan en medios que no lo son, pero luchan por sus espacios. En general, escribimos en nuestras libretas, “hay muchos ejemplos de cómo los medios y su estructura hacen creer a la población situaciones irreales… Al campesino que lucha le dicen guerrillero, y a la trabajadora sexual prostituta o sexoservidora. Todo es amarillismo y nota roja. No hay espacio para nuestra verdad”.

En nuestro andar “hemos visto cómo los medios de comunicación y periodistas están al servicio de los poderosos”. Y, señalamos, “cuando se trata de nosotras desvirtúan una realidad para volverla amarillista, oscura, alarmista. De plano invisibilizan los hechos trascendentes de nuestra historia”.

Por eso estamos aquí, “para contar nuestra historia. Para que cada verdad, cada situación, cada denuncia y cada evento sea conocido sin que interfieran intereses que puedan desviar lo importante”.

El taller inició con diez compañeras, siete trabajadoras, entre mujeres y trans, y tres integrantes de la Brigada Callejera. Y, como el chorrito, se hacía grandote y se hacía chiquito. Luego de tres meses quisimos nombrarnos y en una sesión de albures y carcajadas nos decidimos por “Taller de periodismo comunitario Aquiles Baeza”. Ahí nos reconocemos.

“La esquina es de quien la trabaja”, dice una de las mantas con las que cada primero de mayo marchamos para reivindicar nuestros derechos y rechazar a los explotadores. En el taller advertimos: “La nota es de quien la trabaja”, es decir, el oficio no lo da una carrera universitaria ni un título académico sino, en todo caso, las ganas de hacerlo y la práctica. Y para eso nos prepararnos.

Partimos de que así como la política ha estado secuestrada por los políticos profesionales, el ejercicio periodístico lo ha estado por los medios de comunicación convencionales. Nuestra postura es que tanto la política como el periodismo pueden ser ejercidos desde abajo, por cualquier persona o colectivo que decida producir y difundir información con un objetivo social y, sobre todo, con una intención. La nuestra es clara: cambiar el mundo, empezando por “nuestro mundo”.

Las respuestas a nuestros “para qué” se perfilaron desde el principio en la prevención, defensa y lucha. Prevención de la trata de personas, de la explotación, de las enfermedades de transmisión sexual, de la violencia institucional, familiar y laboral. Defensa de la fuente de trabajo, de la salud y de todos nuestros derechos. Lucha contra la discriminación, las mentiras mediáticas, la falsa moral, la misoginia y la homofobia. Sí, para eso queríamos formarnos como periodistas. Y para eso escribimos este libro.

¿A quién queremos dirigir nuestro trabajo?, nos preguntamos, y en nuestra lluvia de ideas concluimos lo siguiente: En primer lugar a nuestras compañeras, organizadas o no. A mujeres que se identifiquen con nosotras, a padres de familia, a estudiantes de secundaria, preparatoria y universidades, a las autoridades, a los municipios productores de padrotes, al público en general que se interese por nosotras.

¿Cómo hacerlo? Vertimos durante muchas sesiones nuestras ideas y enfoques del taller. Quedamos en utilizar herramientas del periodismo para entrevistar a compañeras trabajadoras y que ellas fueran las que, con sus historias, nos ayudaran a cumplir el objetivo. Acordamos entrevistar a nuestras compañeras respetando el anonimato o el pseudónimo de quienes por cuestiones de seguridad o familiares no pudieran decir su nombre real. Y, lo más importante, insistimos en que, siendo reporteras, nos relacionaríamos con nuestras entrevistadas como nos gustaría que se relacionaran con nosotras los periodistas convencionales, es decir, con respeto y dignidad, de igual a igual, pues somos las mismas.

Nuestro resultado, sin duda, sería diferente al de cualquier periodista. No nos entrevistaríamos entre nosotras, las del taller con las del taller, sino que invitaríamos a compañeras mujeres y trans a participar como entrevistadas, previa explicación de quiénes somos y para qué queríamos su testimonio.

El siguiente paso fue armar un cuestionario para las diferentes entrevistas, con bloques de preguntas que cubrieran los objetivos que nos planteamos. Aproximadamente seis meses nos llevó idear el cuestionario. Cada pregunta era respondida por quien la proponía, para argumentar su viabilidad, de tal manera que las historias de cada una de las talleristas se fueron deshilvanado en el taller durante meses.

El cuestionario base de nuestras entrevistas se compuso nada menos que de 20 bloques, 222 preguntas en total. ¡Una vida entera! Como coordinadora del taller intenté explicar que era demasiado para una entrevista. Pero no hubo modo. Todas las preguntas tenían un objetivo, eran importantes y deberían incluirse en “su libro”.

Lloramos mucho, pero reímos más. También nos enojamos y hasta conatos de peleas a golpes se dieron. La realidad de las calles se introdujo al taller más de una vez, y con ella lidiamos todo el tiempo. No faltó la ocasión en la que un cliente llamó a alguna tallerista para solicitarle un servicio. La compañera respondió su celular con naturalidad, pidió permiso para “salir un rato” y al cabo de una o dos horas se reincorporó a la clase. “Les traje regalitos”, dijo contenta de habernos encontrado a su regreso: unos cerillos, un vaso y un cenicero del hotel.

Las 20 temáticas que abordamos con nuestras entrevistadas fueron las siguientes: datos generales, historia personal del inicio en el trabajo sexual, economía en el trabajo, relaciones sentimentales, vanidad y salud, la tercera edad en el trabajo sexual, explotación sexual, trata de personas; gobierno, policía y extorsión, los medios de comunicación (cómo los vemos y cómo nos ven), salud sexual y reproductiva, métodos anticonceptivos, violencia en el trabajo sexual, violencia y discriminación específica contra trans; trabajo sexual en iglesias, cárceles, oficinas de gobierno y cuarteles militares, alcoholismo y drogadicción en el trabajo sexual, vestuario y arreglo personal.

Llevábamos prácticamente un año de sesiones y aún no teníamos ni una sola clase de periodismo “formal”, pero por aprendizaje no parábamos y, lo más importante, nuestras vidas empezaron a moverse. Eli, cuyas hijas pequeñas vivían en Veracruz, fue por ellas en vacaciones y las trajo al taller. Les dijo la verdad, o parte: ella estudiaba en México y sus hijas podrían comprobarlo. Por su parte Krizna decidió terminar la secundaria y luego la preparatoria abierta. Mérida empezó a escribir poesía. Y a mí se me olvidó el duelo.

Así empezamos nuestras sesiones de géneros peridísticos, en particular nota informativa y entrevista. El grado de formación académica era tan diverso como el número de participantes. Del segundo grado de primaria hasta la secundaria. Ninguna había usado nunca una computadora, tampoco una grabadora para una entrevista ni había trascrito nada. Había que empezar de cero.

Simultáneamente a las clases de qué, quién, cómo, cuándo, dónde y por qué, iniciamos talleres de computación, uso de la grabadora y cómo transcribir una entrevista. El esfuerzo fue descomunal, pues al mismo tiempo cada una ejercía su oficio y atendía a sus quehaceres familiares. Fueron meses intensos que se fundieron con el entusiasmo de nuestras primeras entrevistas.

Se completaron también los perfiles de nuestras entrevistadas. Teníamos que invitar a compañeras no sólo dispuestas a participar en el libro, sino que sus historias abarcaran algunos de los bloques temáticos de preguntas: víctimas de trata, con experiencias de alcoholismo y drogadicción, con VIH, con prácticas laborales en cárceles o cuarteles, de la tercera edad, con cirugías, con historias de violencia y discriminación. En realidad este abanico se cubría entre las propias talleristas, pero acordamos no entrevistarnos entre nosotras.

El taller cambió de sede varias veces. De la calle de Mapimí fuimos a la casa de Eli, en Tlalpan, y luego a la de Montserrat, en el Centro Histórico. Después llegamos a la sede de la Brigada Callejera, en la calle de Corregidora, y finalmente, cuando Desinformémonos tuvo un espacio de trabajo, el taller se mudó a la nueva oficina.

El principio de la autogestión rigió todo el taller. Nadie recibió un solo peso por su participación ni por impartirlo. No hubo fundaciones ni ONGs que lo financiaran, ni compromisos de informes con nadie. Luego del primer año decidimos colocar un bote recaudador en el centro de la mesa en el que acordamos depositar una cooperación voluntaria para cada sesión, de entre 5 y 20 pesos por cinco horas de taller. Lo que se juntó, alrededor de 100 pesos, se utilizó para comprar agua y papel higiénico.

También acordamos llevar comida, pues muchas veces se nos juntó la hora de comer con la cena. Cada una llevó un platillo, fruta y botanas para compartir y a partir de ese momento la hora de la comida se convirtió en parte importante de la convivencia. Ahí nos platicamos más de nuestras vidas y corrieron los albures, la risa loca y las aguas frescas.

Poco a poco se fueron conformando los perfiles de las compañeras a las que entrevistaríamos. La dinámica pedagógica consistió en aprender con la práctica teniendo como eje nuestros objetivos y necesidades. Aprendimos las reglas básicas de la nota y entrevista, el uso de la computadora y grabadora y a transcribir, al tiempo que teníamos una trabajadora sexual invitada al taller para entrevistarla.

Durante las entrevistas, que fueron de una a cuatro sesiones cada una, entre nosotras nos observamos y corregimos y, al final, le pedimos a nuestra entrevistada que evaluara nuestro trabajo como reporteras. Su juicio es el que nos importó siempre. ¿Cómo te sentiste durante la entrevista?, ¿cómo sentiste las preguntas?, ¿qué piensas de nuestro trabajo como periodistas?, ¿qué consideras que nos falta?, ¿qué modificarías?, les preguntamos al final de cada sesión. Lo importante para nosotras era que, al ponernos del otro lado de la grabadora, lográramos el triple papel que nos propusimos: periodistas, activistas y tan trabajadoras sexuales como nuestras entrevistadas.

Nos tomó más de cuatro años completar las entrevistas. El taller se interrumpió por periodos, pero siempre lo retomamos donde nos quedamos hasta completar los perfiles que vislumbramos al inicio. Trascribir cada entrevista nos llevó meses de trabajo y en varias ocasiones se requirió del apoyo del equipo de reporteras de Desinformémonos.

En este libro presentamos 15 entrevistas realizadas a igual número de trabajadoras sexuales, tanto mujeres como trans. Son historias de violencia y de violaciones, descomposición familiar, trata y explotación, discriminación y extorsión que involucran a la sociedad y a autoridades estatales y federales. Son testimonios de mujeres adultas y de la tercera edad, migrantes centroamericanas, transgénero, portadoras de VIH e indígenas que abren su corazón para hablar del amor, la soledad, el miedo, la vanidad y sus sueños. También de sus operaciones plásticas, la drogadicción, el alcoholismo y sus enfermedades.

Platican también cómo opera la prostitución en las cárceles o en los cuarteles y, con valentía, ofrecen su testimonio sobre la trata tanto en la Ciudad de México como en el interior del país. ¿Cómo se mueve un padrote?, ¿cómo viste?, ¿qué ofrece?, ¿cómo les habla? Las respuestas tienen un objetivo muy claro: prevenir a otras, meta también de este libro que no niega la existencia de la explotación y trata, pero advierte que no todas son víctimas y que hay quienes asumen la decisión y consecuencias de su trabajo.

Después de tener los testimonios y sus transcripciones (previas clases de computación), vino la etapa de edición. La dinámica consistió en leer en voz alta cada transcripción, mientras se corregían ortografía y puntuación. Se eligieron entradas y se buscó armonía narrativa, ritmo, secuencias y coherencia en cada entrevista. Acordamos el formato de testimonio en primera persona, de tal manera que las respuestas a más de 150 preguntas que se hicieron por trabajadora se fueron ensamblando como piezas de un rompecabezas con las propuestas de cada tallerista.

Quedamos de respetar el lenguaje de cada entrevistada, la jerga particular y sus modismos, sin excluir un trabajo de edición que ofreciera un texto legible y fluido. Hubo limpieza de repeticiones, de excesos de groserías y palabras en doble sentido, además de una revisión final realizada por Brigada Callejera en la que se cuidó todo lo referente a la seguridad e integridad tanto de las entrevistadas como de las talleristas, pues, hay que decirlo, con su testimonio todas se juegan la vida.

Durante ocho años, con sus interrupciones, nos hemos mantenido juntas. Durante este tiempo el número de participantes cambió intermitentemente. Al final cinco trabajadoras editaron este libro: Beatriz, Soledad, Mérida, Sandra y Krizna, además de Jaime, Rosa Icela y Elvira, del equipo de Brigada Callejera; y del equipo de Desinformémonos, de manera notable Ligia García, Fernanda Peralta y Adazahira Chávez.

En la etapa final decidimos incluir las historias de quienes participaron en el taller, mismas que por sí solas podrían conformar otro libro. Son tres mujeres y dos trans que vencieron su historia personal y se reconfiguraron. Todas putas, activistas y periodistas, frase acuñada por Krizna en una de las sesiones del taller. Entrevistarlas a ellas fue mi tarea y el resultado conforma el capítulo final.

Debemos las imágenes de esta publicación al acompañamiento solidario de grandes fotógrafos: Elsa Medina, Luis Jorge Gallegos, Ricardo Ramírez Arriola, Iván Castaneira y Ricardo Enrique Guerrero. Antes de convocarlos sostuvimos reuniones para definir lo que queríamos. No fue difícil acordar una lista de requerimientos para los fotógrafos participantes, partiendo de que éste es nuestro libro y queríamos ser retratadas, quizás por primera vez, poniendo las reglas del juego: dignidad, valentía, resistencia, lucha, belleza, fortaleza, sin amarillismo, en nuestra cotidianidad y en nuestro trabajo. Ella y ellos asumieron el reto y caminaron por los espacios de su intimidad y cotidianidad. Aclaramos que son las talleristas las que aparecen en las imágenes de esta publicación, pues por seguridad se decidió no tomar fotos de las entrevistadas.

Si un día nos representa en nuestras tres facetas es el primero de mayo. Ese día salimos a marchar por las calles del Centro Histórico y desembocamos en el Zócalo. Los contingentes organizados exigen respeto a sus derechos y reconocimiento. Las integrantes del taller Aquiles Baeza cargan cartulinas y marchan junto a sus compañeras. Una cinta en el antebrazo con la palabra “Prensa” las identifica como reporteras. Hacen entrevistas, toman fotos, recrean la movilización y, al terminar, se van a escribir. Más tarde a la esquina de alguna calle de esta ciudad oscura. No somos las mismas de hace ocho años. Sin duda todas somos mejores.

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