Por Ernesto Camou Healy
En junio se celebrará en Los Ángeles, California, la novena Cumbre de las Américas. Se trata de una reunión de jefes de Estado y funcionarios para discutir y ponerse de acuerdo sobre temas de importancia para todas las naciones americanas.
Conviene tener una idea al menos sucinta sobre dicha reunión, sus objetivos y su dinámica organizativa.
Se trata, dicen los organizadores, de reunir a los líderes de los países de América del Norte, América del Sur, América Central y el Caribe, con el objeto de promover la cooperación hacia un crecimiento económico y una prosperidad inclusivos en toda la región, basados en el respeto común por la democracia, las libertades fundamentales, la dignidad del trabajo y la libre empresa.
Fue el presidente Bill Clinton, quien convocó la primera Cumbre de las Américas en Miami (Florida), en diciembre de 1994, con el fin de promover el crecimiento económico y la prosperidad en todo el continente, sobre la base de valores democráticos comunes y la promesa de aumentar el comercio para mejorar la calidad de vida de todos los pueblos y preservar los recursos naturales del hemisferio para las generaciones futuras.
Las organizaciones de la sociedad civil, los representantes de las comunidades indígenas, los líderes cívicos y los empresarios y jóvenes emprendedores también se reúnen en cada cumbre para promover el diálogo y desarrollar planes de acción para abordar los retos y las oportunidades a los que se enfrentan los pueblos de las Américas.
El éxito de la cumbre dependerá de la adopción de una agenda ambiciosa y orientada a la acción, y del cumplimiento de los compromisos que los líderes asuman en junio en Los Ángeles para hacer frente a estos desafíos.
Personas, instituciones y gobiernos de México y la Cumbre de las Américas todo nuestro hemisferio han compartido sus prioridades y preocupaciones, entre las que se encuentran la pandemia de Covid-19 y las grietas que ha dejado al descubierto en los sistemas sanitarios, económicos, educativos y sociales; incluyen las amenazas a la democracia; la crisis climática; y la falta de acceso equitativo a oportunidades económicas, sociales y políticas, lo que supone una pesada carga para nuestros pueblos.
En esta ocasión se convocará a, casi, todos los países americanos, desde Canadá hasta Chile y Argentina; sin embargo, parece que el anfitrión no está dispuesto a invitar a tres países: Cuba, Nicaragua y Venezuela.
Las diferencias políticas e ideológicas con el Gobierno norteamericano, y también con varios países latinoamericanos, ha planteado la posibilidad de excluirlos del evento. Eso contradice los objetivos y el pretendido espíritu democrático.
El presidente Andrés Manuel López Obrador sostuvo que la adhesión de otros países latinoamericanos a su postura de cuestionar la exclusión de algunos gobiernos en la Cumbre de las Américas no representa un boicot para la organización estadounidense. “Yo no descarto que el presidente (Joe) Biden haga la invitación a todos de la Cumbre.
No es con la exclusión como se logrará el entendimiento y colaboración entre las naciones, si hay diferencias conviene airearlas y encontrar vías de solución”.
Ahora, antes de que se extiendan las invitaciones, Andrés Manuel López Obrador ha manifestado su interés porque la cumbre sea un evento inclusivo, en el que todas las naciones del continente participen. Incluso ha afirmado que si se excluye a alguno, él no asistiría a la cumbre, sino que mandaría a Marcelo Ebrard como representante de México.
Está poniendo el dedo en la llaga, subrayando la inequidad entre naciones, la voluntad de controlar por el Gobierno estadounidense, y el deseo de tener una cumbre a su modo, no el de todos los pueblos americanos.
Al arrogarse la facultad de decidir quien participa, y quien no tiene derecho, está afirmando que si bien todos los países son iguales, hay unos más iguales que otros, como diría Orwell.
La posición del Gobierno de AMLO es justa, digna, audaz y a la vez moderada.