Por Jesús Chávez Marín
Hay un arroyo de la colonia Las Granjas donde se junta cada madrugada una desorganizada comunidad de alcohólicos terminales. Los vecinos ya se acostumbraron a convivir con ellos, a que en las orillas y sobre la arena queden tiradas las botellitas de alcohol 96 compradas en la botica, con ansiedad y monedas reunidas con dificultades.
Los viejos, o que parecían viejos, se han ido muriendo, pero antes llegaron otros más jóvenes y allí se quedaron, camaradas de destino y de esa extraña fiesta silenciosa de los tomadores.
Cuando uno de ellos muere, todos asisten al entierro y desperdician el vital líquido arrojándolo entre la tierra que cae, para hacer el último brindis con el compañero, al cual ya jamás habrán de mirar.