Por una laicidad sin adjetivos

Por Bernardo Barranco V.

La creciente pluralidad social y religiosa en México es percibida como un proceso acelerado de secularización donde la religión, expresada en la pertenencia a la Iglesia católica, ha perdido centralidad en la organización del espacio púbico.

Llamó la atención que casi todas las intervenciones de personajes católicos que hicieron uso de la voz en el acto que conmemoró el trigésimo aniversario del restablecimiento de las relaciones entre México y la Santa Sede, reivindicaron por una laicidad positiva y laicidad abierta. Como si la laicidad fuera negativa y cerrada. El evento se llevó a cabo el martes 26 de abril bajo el tema Laicidad positiva y la libertad religiosa, encabezado por la presencia del canciller Marcelo Ebrard Casaubón y del cardenal papable Pietro Parolin, secretario de Estado de la Santa Sede.

Adjetivar la laicidad es un acto de provocación política e intelectual. Los principios que rigen a una sociedad democrática y moderna son el respeto a la pluralidad, la tolerancia y el acatamiento al régimen de libertades. Este modelo descansa en los derechos humanos universalmente reconocidos por las naciones y, entre todos, sobresalen las libertades de pensamiento y de conciencia, así como la libertad religiosa. El derecho a la libertad religiosa en las sociedades modernas demanda un comportamiento laico al Estado, a los poderes públicos, para establecer la equidad y no favorecer a ninguna confesión en especial ni a una comunidad religiosa en lo particular, aun si ésta es mayoritaria. Estado de derecho significa que existe una estructura formal y un sistema jurídico que garantiza las libertades fundamentales por medio de un marco normativo de leyes. Y se establece a las comunidades y asociaciones religiosas un margen amplio de manifestación de sus convicciones religiosas con el único límite constitucional derivado de la observancia del orden público.

La laicidad es un ordenamiento jurídico del Estado que permita un régimen de convivencia pacífico. Evidentemente evoluciona y tiene connotaciones particulares para cada realidad nacional. Pero en términos generales podemos decir que: a) la laicidad establece el régimen de separación entre las iglesias y el Estado; b) el Estado laico protege la libertad religiosa, la libertad de creer o de no creer y la libertad de cambiar de religión; c) el Estado laico protege la equidad entre los creyentes y no creyentes. No importa que existan iglesias mayoritarias, el deber de la laicidad es garantizar un trato equitativo.

En el siglo XIX, Juárez y los liberales no tuvieron alternativa para construir el Estado moderno que consumar la separación entre la Iglesia y el Estado, como en muchos países de América Latina. Sin embargo, en México la reacción de la Iglesia católica fue beligerante; provocó y/o se involucró en tres guerras fratricidas y sangrientas. Nos referimos a la Guerra de Reforma, la invasión francesa y en el siglo XX la Guerra Cristera. La laicidad no es una ideología ni una doctrina política, como las ponencias en el acto dejaron ver. Las disposiciones laicas del siglo XIX desencadenaron el anticlericalismo ya presente desde fines del siglo XVIII, un movimiento social y político antagonista del clericalismo. No me refiero a los comadreos ni a la cultura de sacristía; el clericalismo es definido por el politólogo francés René Remod como poder o uso político del clero para obtener privilegios, canonjías y prerrogativas especiales del Estado (René Rémond, L’anticléricalisme en France de 1815 à nos jours. Fayard, 1976).

La laicidad es, ante todo, un instrumento jurídico de convivencia en sociedades modernas. Nunca ha sido antirreligiosa. En México, la laicidad fue usada como bandera de grupos anticlericales llamados jacobinos, algunos muy radicales que buscaron la coerción y sumisión aboluta de la Iglesia católica. En el acto se habló del laicismo de laicistas tradicionalistas y trasnochados desde una perspectiva no histórica, lo cual sesgó el análisis. El catolicismo tiene una forma particular de procesar los grandes conceptos que se convierten en paradigmas civilizatorios. Así pasó con los conceptos libertad, democracia, libertad de pensamiento, libertad de conciencia y de expresión, así como la libertad de creencias religiosas, todas condenadas por el papa Pío IX en el Syllabus de 1864. No sólo el catolicismo recibe tales conceptos, sino que los resignifica. Por ejemplo, encontramos que ante el concepto democracia, históricamente descalificada, lo resignifica así: no a la democracia liberal ni a la popular o socialista; sí a la democracia cristiana. Jacques Maritain (1882-1973) fue uno de los grandes ideólogos que reconvirtieron el concepto que permitió en Europa y Latinoamérica la propagación de los partidos democristianos.

El origen de la laicidad adjetivada está en Benedicto XVI, quien el 9 de diciembre de 2006, ante la Unión de Juristas Católicos Italianos, reflexiona sobre la creciente hostilidad antirreligiosa, propone la redefinición de una sana laicidad, definiéndola así: La sana laicidad implica que las realidades terrenas ciertamente gozan de una autonomía efectiva de la esfera eclesiástica, pero no del orden moral. Por tanto, la Iglesia en el espacio público debe defender y sostener sus convicciones morales. Ser portadora e imponer sus certezas sobre el matrimonio, el aborto, la homosexualidad, la eutanasia, las parejas igualitarias. Para ello, necesitan mayor libertad religiosa; una libertad sana, abierta y positiva.

Es innecesario rebautizar la laicidad. La decadencia católica no está en redefinir la laicidad ni ampliar la libertad religiosa de la Iglesia católica, sino en los desafíos de la secularización de la cultura. A 30 años de los cambios constitucionales y del restablecimiento de las relaciones diplomáticas con el Vaticano, la secularización es el tema determinante en el futuro del catolicismo.

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