Convención Nacional, ¿para cuándo?

Por Jaime García Chávez

Hace unos meses leí con mucha atención el reciente libro de Cuauhtémoc Cárdenas, “Por una democracia progresista. Debatir el presente para un mejor futuro”. El respetado político de izquierda hace un recuento histórico puntilloso y pertinente para demostrar, en parte, nuestras raíces, que se resignifican por advertirnos los grandes retos que nuestro país ha tenido y cómo los ha encarado.

Para mí, el enfoque, en todo caso, es cómo el ingeniero Cárdenas, seguramente sin proponérselo, ve nuestra historia como una “hazaña de la libertad”, recordando al notable filósofo italiano Benedetto Croce. Una hazaña que en ocasiones lo ha sido más por los propósitos que marcan hitos que por la realización plena de sus objetivos.

Hay en el texto una visión de nuestra historia que discrepa de la que actualmente se impone desde las llamadas “mañaneras” de la Presidencia de la república, donde con simplismo extremo se habla de una Cuarta Transformación de manera mecanicista y de usufructo que desemboca en una figura personal, la de un presidente como López Obrador, que todavía no asumía el cargo y ya, presuntuoso, se presentaba como el mejor de todos los tiempos, como nos lo dijo el periodista Jorge Zepeda Patterson, recordando a Groucho Marx: “Estaré tanto tiempo haciendo la reseña, que no tuve oportunidad de leer el libro”. En fin.

En “Por una democracia progresista” vemos a un político en su plena madurez, en la compleja y nada fácil moderación, pero no por ello menos riguroso en observar el mundo en que vivimos y la necesidad de construir colectivamente una ruta que, iniciando por debatir nuestro presente, nos ofrezca un mejor futuro. Por eso no oculta que la propuesta válida y pertinente es hacia la izquierda.

La parte histórica del libro, su mayor volumen, ocupa las reflexiones del político, su comprensión de un largo proceso que no puede soslayarse y que, por el contrario, puede tomarse en cuenta para las trabes que sostendrán ese futuro, tan necesario, que tiene en la consolidación de la democracia la mejor garantía de la unidad de un México que es muchos Méxicos, y que debemos aspirar a que por encima de las contradicciones continúe por una vía constitucional y pacífica. Cuando digo esto último, pienso en el panorama de violencia que se abate sobre todo el Estado y que puede llegar a socavarlo, al grado de arribar a una barbarie inimaginada hasta hace muy poco.

En mi lectura, lo valioso del libro está prácticamente en la conclusión a la que arriba: “La democracia que necesitamos hoy en México no puede ser sino una democracia construida colectivamente. Tenemos que convenir cómo la construimos y para ello hace falta una propuesta, a partir de la cual abrir el debate, y con base en este y los resultados de la discusión, contemos con un proyecto a desarrollar. ¿Puede pensarse en una gran convención nacional, de la que sólo se excluya quien quiera excluirse? De ir por ese camino, ¿quién o quiénes convocan y cómo?”.

Sostengo que esa convención hay que convocarla cuanto antes. El proceso es vertiginoso hacia 2024, pero no únicamente porque sea una pugna por el poder presidencial, sino porque un evento de la magnitud de la que se propone en el libro, trascendería históricamente de la mejor forma a marcar una ruta que para mi se contiene en una visión democrática de izquierda, incluyente, que valora la universalidad de los derechos humanos, el papel de la Constitución y del Estado de derecho y las ideas de redención para los olvidados de siempre. Una convención que, proponiéndose el poder, rebase esa mira.

Cuando se invita a convocar, todos podemos convocar, y la hora es esta.

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