Por Víctor M. Quintana S.
Los cerros que rodean –y ahora son rodeados por– la ciudad de Chihuahua hasta aparecen en el escudo del estado. En ellos confluyen el desierto y los pastizales. Su colorido va del café grisáceo al dorado, pasando al rosáceo con tonos naranja, con manchas verdes en los pocos meses de lluvia. Aun así, para muchos no son sino cerros pelones.
Tal vez sea este menosprecio de nuestras ásperas serranías lo que permitió que las últimas décadas, los cerros de Chihuahua hayan sido víctimas de la depredación de los fraccionadores y negociantes inmobiliarios que los han tasajeado y llenado de colonias y fraccionamientos exclusivos, al punto que alguien llama al poniente de la ciudad, donde abundan, Chihuahua, Texas
. Acá los pobres no viven en los cerros, como en otras ciudades. Las alturas son el dominio de las clases que se ubican en las alturas sociales. Aspiracionismo topográfico u orográfico: entre más arriba vivas, más te distingues. Y si encima de un cerro se construyen una, dos torres de departamentos ultramodernas, el efecto demostración será mucho mayor.
La furia de fraccionadores, desarrolladores y constructores ha hecho que la ciudad de Chihuahua se extienda de una manera desproporcionada. Según el activista Luis Rivera, la mancha urbana de la capital del estado equivale en kilómetros cuadrados a la de la ciudad de Nueva York: alrededor de 783 kilómetros cuadrados, sólo que con 10 veces menos población que la urbe de hierro.
El avance de los fraccionamientos y del lucro de quienes los promueven a costa del ambiente ha sido posible por el apoyo de las autoridades. Y éste lo consiguen convirtiéndose en los grandes financiadores de las campañas políticas municipales y estatales. Licencias de construcción por donde quiera y preferencia a las obras públicas que los desarrolladores demanden son las formas en que se les paga su apoyo electoral, en detrimento de la naturaleza y de las condiciones de vida y de transporte de las mayorías.
Pero desde hace unos años, un grupo de jóvenes de ambos sexos han empezado a develar dos cuestiones: que los cerros pelones no son tan pelones y que la depredación de éstos beneficia a unos cuantos. Formaron un movimiento fresco, diverso en su accionar, creativo, culto, atractivo: Salvemos los Cerros de Chihuahua.
El punto de partida del movimiento es contundente: “La expansión urbana de Chihuahua se da sobre las áreas naturales debido al ‘bajo’ costo económico de los predios que se encuentran bajo propiedad agraria o ejidal, pero que una vez urbanizados los terrenos el valor se dispara. A esto se le llama ‘especulación’ y trae consigo grandes ganancias para un grupúsculo, mientras los salarios siguen siendo los mínimos para la ‘mano de obra’. El resultado es la obstrucción de ríos, arroyos y pasos de agua, pérdida de suelo de captación de agua, pérdida de cobertura vegetal que ayuda a la filtración y retención de agua y suelo, en suma, la contaminación y pérdida irremplazable de las cuencas, aguas subterráneas, aguas superficiales y toda la capacidad hídrica” (Luis Andrés Rivera).
El movimiento ha ido mostrando a los chihuahuenses la múltiple riqueza de sus cerros: son el hábitat de gran número de especies vegetales y animales, como los encinos, el guamis, cactáceas y liliáceas. Diversos tipos de serpientes, aves, gatos monteses y hasta venados y pecaríes. Han hecho ver la importancia simbólica que estos cerros tenían para pueblos como el ndee o apache, y visibilizado los vestigios de esta cultura en estos parajes. Y, sobre todo, su importancia ecológica: en ellos nacen las corrientes de agua que alimentan la ciudad de Chihuahua, su modesta capa vegetal detiene la erosión, moderan los ventarrones y el clima.
La creatividad del movimiento les acarrea cada día más simpatizantes y activistas: organizan excursiones guiadas a cerros y cañones. Enseñan a registrar especies, a clasificarlas. Hacen jornadas de reforestación y de limpieza. Difunden reseñas breves, fotos, videos en las redes sociales. Organizan plantones, venta de artesanías, caminatas. Sin panfletos, sin rollos largos ni complicados han ido ganándose la simpatía de todas las edades y clases sociales.
Salvemos los Cerros se ha ido legitimando ante la sociedad chihuahuense, a la vez que pone el dedo en la llaga de la especulación inmobiliaria, pilar del capitalismo por despojo y aliado infaltable para que políticos lleguen al poder y se mantengan en él. Pero va más allá: es un movimiento pedagógico: ha hecho que muchos chihuahuenses aprendamos a conocer, valorar y defender nuestro entorno, que sólo es pelón para quien lo ignora o quien sólo lo ve con los ojos del lucro. No sólo genera conciencia, sino también fomenta el disfrute de la naturaleza áspera pero rica y generosa que nos envuelve.
Movimientos como Salvemos los Cerros de Chihuahua, como el de la Sierra San Miguelito, en San Luis, horizontales, descentralizados, van pintando en todo el país el mapa de las resistencias. Un mapa multicolor, no en blanco y negro. Construyen nuevas solidaridades y hermanan personas y naturaleza. Poesía social que cunde.