El próximo 10 de abril tendrá lugar una consulta nacional para que la ciudadanía evalúe el desempeño del actual Presidente y decida si se le da un voto de confianza para que termine el periodo, o se opta por una conclusión anticipada por haberle perdido la confianza. En pocas palabras ese día el voto popular podrá decidir si don Andrés López Obrador continúa como Presidente, o se le darán las gracias y se le pedirá que desaloje Palacio Nacional.
Es un ejercicio inédito. Será la primera vez que los mexicanos podremos opinar, juzgar e incluso castigar el ejercicio de un mandatario en funciones. Que pueda suceder algo así en un país hasta hace muy poco totalmente presidencialista, es un indicador de cuánto hemos avanzado hacia una democracia moderna.
Muchos críticos del actual Gobierno dicen que todo el ejercicio es una payasada. Incluso se han declarado diametralmente opuestos a la iniciativa y al evento que tendrá lugar en poco más de dos meses. Parece cierto que el actual Ejecutivo se alzará con una victoria simbólica desde mucho antes cantada, y que comentará los resultados como un espaldarazo a su gestión y podrán servir a Morena en las próximas votaciones para Gobernador.
Arguyen que tal ejercicio sólo tendrá un resultado: Los que voten apoyarán al actual mandatario, pero la mayoría no acudirá, y los tendrá sin cuidado el resultado. Argumentan que no vale la pena asistir porque ya se sabe el desenlace; y que será tan exigua la asistencia que no tendrá carácter vinculatorio: Para eso debería participar al menos el 40% del electorado.
El argumento no es novedoso. Es la misma cantinela que utilizaron por décadas para inducir a los mexicanos para que no asistieran a las casillas: “¿Para qué votar si ya sabemos que va a ganar el PRI?” En ese entonces se hacían campañas para pedir el voto, mientras otros, desde una relativa clandestinidad, maniobraban para disuadir la participación, no fuera la de malas y sin querer queriendo se aminorara una preponderancia, que aspiraba a ser total, sobre la vida política, económica y social de México.
De modos similar, quienes ahora se oponen diametralmente lo hacen desde el agobio de su debilidad, y quisieran negar un evento que puede dar aliento a un régimen y una voluntad política que consideran distinta de la suya, deplorable, inválida y peligrosa, si no para el País, al menos para su bienestar. La vieja y mezquina consigna: Si no puedes ganar, estorba.
Desde esta perspectiva, pretenden arrojar al niño a la par que se deshacen del agua sucia. Si bien es probable que en esta ocasión el apoyo al Gobierno sea evidente, no advierten que instaurar en la vida política un ejercicio de esta índole puede servir en un futuro no lejano como una herramienta poderosa para corregir entuertos, incapacidades y anomalías de regímenes posteriores que no las tengan todas consigo, y será posible desbancar, o amonestar con vigor, a presidentes incapaces.
Ya en las pláticas para la paz en 1996, en San Andrés Larrainzar, Chiapas, el contingente zapatista y sus asesores presentamos la revocación del mandato como una de las demandas en la Mesa por la Democracia y Justicia. Entonces el Gobierno de Zedillo optó por el mutismo y desbarrancar el diálogo; pero la preocupación se mantuvo. Ahora, el mecanismo ha sido propuesto nuevamente, y podrá utilizarse para evaluar a otros presidentes y otras políticas; cualquier Gobierno futuro sabrá que se le puede revocar el mandato si no responde a las aspiraciones de los ciudadanos.
En regímenes parlamentarios es frecuente que se llame a votar porque quien gobierna perdió la confianza de la gente. En Inglaterra o Italia, por poner algunos ejemplos, hay votaciones anticipadas para cambiar dirigentes y para que gobiernen otros, más calificados y capaces. Se trata de dar poder al ciudadano, incluso para corregir sus propios errores. En México es novedad y un paso adelante.