Covid 19: una cruz de olvido

Por Hermann Bellinghausen

Una experiencia inédita por real (en libros y cine ya imaginamos muchas) hizo de las gentes, otras. Se replantearon las distancias geográficas y personales, se volvió explícito y relevante el concepto de lo presencial como un privilegio, opuesto a lo extendido de los encuentros a distancia. El evento pandémico, tan contundente como sus millones de sobrevivientes en diversos grados, se ha convertido en una novedad antigua que no nos deja en paz; como escribe José Luis Peixoto, a cada segundo se ha ido transformando en un increíble convencimiento.

Nos podemos pasar el día hablando mal de esta plaga egipciaca que no deja fuera a nadie, del pueblo y del color que sea. Días espantados, lampareados, que no falta quienes nieguen su existencia sin cerrar los ojos y se salgan con la suya: si no queremos, esto no existe, es un invento mediático de magnates oscuros. Los humanos hemos integrado a nuestro sistema nervioso central una tecla de delete, usada más por unos que por otros pero ya instalada en las neuronas correspondientes.

El humor no es bien visto porque hoy la risa puede ser culpable. Son tiempos serios. Los buenos chistes hoy son gráficos y anónimos cuando apuntan a lo real. Quien los firmara sería linchado.

Peixoto, interesante narrador portugués (1974) también poeta, se internó en nuestro año de la peste con su poema Cuarentena (abril de 2020) . Necesitaba confirmar que está aquí, rodeado por realidad y temperatura, que la verdad existencial, simple como parece, se llenó con las cifras diarias de una catástrofe incontrolable pero organizada. Una existencia donde pese a todo el aire mantiene su talento transparente para separar las cosas (La Otra Revista, enero de 2022, en traducción de Diana Alcaraz: http://www.laotrarevista.com/2022/01/ cuarentena-jose-luis-peixoto/).

La determinación de aferrarse a la sensatez, a la tierra sólida, con el peso del propio cuerpo y de los cuerpos al alcance, dificultaba a Peixoto vislumbrar un después, por más que supiera que éste sucederá y este presente sería lata de fruta que pasó de la fecha de caducidad. Dos años después del poema, debidamente fechado, sus plazos se estiran; a la vez confirman percepciones generales y lo poroso del calendario: miro hacia lo lejos, a la distancia de un mes, de un año,/ pero mi mirada colisiona en un muro opaco, los ladrillos/ son preguntas, los cimientos son preguntas ¿futuro?/ las respuestas se averían como juguetes antiguos/ de cuerda, o de pila, las respuestas fueron canceladas,/vuelos cancelados a países que dejaron de existir.

La actual información, científica o mágica, corre muy aprisa, nos llena de aprensiones y nos enoja con los otros porque no piensan igual que uno, y con nosotros mismos por hacerlo tan a tientas. Traemos una fabulación distópica grabada en el chip de la imaginación. ¿Será el futuro un territorio de humanos averiados por las incontables secuelas del virus y sus hijitos de nombre griego?

La avería definitiva se confina a las fosas y las estadísticas. La colección de secuelas en los sobrevivientes y la previsión de más se incrementa a la par del número de personas infectadas y afectadas.

La consigna inicial, lo principal es que no te dé, evolucionó a que no te dé tan fuerte. Que no te tumbe ni hospitalice, no te asfixie ni desfalque. Que no te lisie.

En esa distopía alimentada por datos clínicos a gran escala, los humanos del actual periodo histórico respiraremos con dificultad, o nos dolerán órganos y miembros de manera crónica, los riñones, el páncreas y el hígado flaquearán aceleradamente con múltiples consecuencias, perderemos el olfato, el gusto o el oído, se sumarán nuevas cefaleas a las habituales, nos deprimiremos de repente, el insomnio se ensañará, el intestino se descontrolará, y para colmo perderemos la memoria, la reciente por ahora, y la capacidad de concentración.

¿Andaremos poniendo etiquetas con un hisopo entintado en cada cosa con su nombre: mesa, silla, reloj, puerta, pared, cama, cacerola, como la gente de Macondo? José Arcadio Buendía, nos dice Gabriel García Márquez en Cien años de soledad, “fue al corral y marcó los animales y las plantas: vaca, chivo, puerco, gallina, yuca, malanca, guineo.

Poco a poco, estudiando las infinitas posibilidades del olvido, se dio cuenta de que podía llegar un día en que se reconocieran las cosas por sus inscripciones, pero no se recordara su utilidad.”

¿O como en Memento de Christopher Nolan, escribiremos palabras y datos en nuestra piel y en stickers pegados a la pared?

Durante la peste del olvido, en Macondo continuaron viviendo en una realidad escurridiza, momentáneamente capturada por las palabras, pero que había de fugarse sin remedio cuando olvidaron los valores de la letra escrita.

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