Por Jesús Chávez Marín
—Una fuente de imágenes en las principales ciudades de Chihuahua es la presencia de los tarahumaras, quienes bajan desde lugares lejanos situados en el corazón de la sierra, donde tienen su casa y su hogar. Su idioma, la elegancia habitual de su ropa llena de colores, su actitud estoica y silenciosa, su sonrisa cordial y la dulzura con la que tratan a sus hijos, son una parte germinal en el paisaje en estas tierras.
Desde hace muchos años ellos nos visitan. La parte dolorosa de esta acción colectiva es que a veces no realizan por su gusto este movimiento migratorio. Muchas veces son expulsados de sus terrenos por condiciones adversas: la miseria, la sequía, el hambre, el fiero clima. Aunque ellos son semi nómadas y les gusta cambiar de casa y establecerse en cualquier parte de la extensa Sierra Tarahumara, esa vasta zona de cincuenta mil kilómetros cuadrados cortada a golpe de siglos por cascadas y ríos, vestida por esplendorosos bosques a los que ellos, los rarámuris, consideran sencillamente su casa, su tierra; el arraigo de ellos es más profundo que la simple noción de territorio: pertenece a las raíces de su cultura y a la fortaleza de sus tradiciones.
De la sierra ellos nunca se van para siempre; cuando viajan llevan consigo sus costumbres y sus ideas del mundo, expresadas en todos sus actos. Por desgracia también llevan la miseria que los sacó de su magnífica tierra, problema complicado en el que participan el impacto cultural, el despojo de sus terrenos naturales que ya cuenta siglos, la depredación ecológica de los bosques, la ambición desmedida de una plaga de caciques y madereros, y, recientemente, cuatro años de sequía que han causado la desnutrición, las enfermedades y la muerte entre los tarahumaras.
En su propio territorio, la sierra, el asentamiento de los indígenas es disperso. En medio del vigoroso paisaje aparece a lo lejos una vivienda pequeña, solitaria; luego otra a gran distancia, entre los pinos; una más allá, con paredes precarias de madera y su techo de tableta; y otras unidades al monte como extensión de alguna cueva. Paralelamente se extiende la edificación de ciudades mestizas que imponen su forma propia de construcción. La zona está dividida en 21 municipios; la parte rural la constituyen 276 ejidos. El afán de los hombres en dividir al mundo en parcelas, contrasta con la visión natural de los rarámuris, para quienes la tierra es de todos, y la riqueza de quien la necesite, con la sencillez de un espíritu de profunda humanidad. Por eso su sistema de producción es de autoconsumo, y les es ajena la idea de acumular riqueza.
Una de sus costumbres sociales es la que ellos llaman kórima, que significa “compartir”. La escritora tarahumara Dolores Batista es autora de un relato que se llama El consejo a los nietos, donde aparece este fragmento: Cuando recojas mucho maíz tienes que compartirlo si alguien te visita. Así, cuando andes visitando, también te ofrecerán. Así es como saldremos adelante y no moriremos de hambre.
Por eso el tarahumara comparte cuando lo visitan, aunque sea nomás pinole.
De la sierra también han llegado muchos visitantes a partir del siglo 17. Mineros, soldados, misioneros, comerciantes, industriales y aventureros. Se han fundado ciudades donde se quedaron a vivir muchos explotadores de la riqueza natural, y han desplazado de sus lugares a los indígenas, despojándolos de las tierras que naturalmente les pertenecen. En esas ciudades serranas, los tarahumaras también parecen ajenos.
Hay que decir que también han llegado otro tipo de visitantes de corazón generoso, dispuestos a compartir con los indígenas algunos beneficios de la modernidad. Médicos, maestros y promotores sociales, quienes a veces se quedan a vivir en la región, dispuestos a ser factores de cambio, en una acción respetuosa de la cultura y las tradiciones tarahumaras.
Uno de los problemas más dramáticos que se padecen en la sierra es la desnutrición infantil. Una vez, cierta antropóloga francesa que realizaba ya una investigación, comentó entusiasmada algo que ella consideraba “sabiduría ecológica” de las mujeres tarahumaras, quienes por lo regular tenían pocos hijos, uno o dos, debido a lo que ella señalaba como control de la natalidad. Un trabajador social mexicano, que la escuchaba, le preguntó, con azoro:
— ¿A qué te refieres?, ¿cuál control de la natalidad?
— Bueno, es que ellas suelen tener pocos hijos.
— Pues sí, pero tienen muchos embarazos, y hasta ocho o diez partos. Lo que pasa es que los otros hijos no sobrevivieron.
La mujer quedó espantada. Sucede que muchas defunciones no se registran, por tratarse de una zona accidentada y de población dispersa y errante.
En los años recientes la situación se ha hecho más cruda por la constante sequía. Al hospital de Sisoguichi y a otros hospitales y dispensarios de la región llegan muchas madres indígenas con hijos enfermos, deshidratados, a veces hasta con tuberculosis a una edad muy tierna. Lo más común son los padecimientos gastrointestinales o de vías respiratorias. La causa inicial de este cuadro terrible es la desnutrición, que debilita a grados casi terminales las defensas del organismo. A principios de 1995 se intensificó en la zona el programa de abasto social de Liconsa. Sus promotores y distribuidores han realizado un trabajo enorme para educar a los pobladores de la sierra en el consumo de la leche como un nutriente fundamental, sobretodo para los niños y las madres gestantes. A través de 165 puntos de distribución, han creado una efectiva red de abasto de la leche, a precios bajos, gracias a un alto subsidio. Se han establecido convenios con otras instituciones de servicio social, para que la leche les sea administrada sin costo a niños con problemas de desnutrición.
Gran parte de las madres de los 18,000 niños beneficiarios recorren a veces jornadas larguísimas, hasta de seis horas caminando, para llevar la leche a sus hijos, pues han visto en ellos signos de mejoría. El milagro de la leche, le llamó una religiosa que trabaja en el hospital de Sisoguichi, testigo del cambio favorable de los pequeños pacientes que día a día se fortalecen y superan la debilidad, tristeza, decoloración de la piel, falta de peso, y observan en ellos una mayor agilidad mental.
Los promotores realizan también actividades de educación alimenticia, cuyos logros se notan de inmediato por la alta calidad de la leche. Los resultados más firmes habrán de reflejarse dentro de algunos años, cuando los habitantes de la región vean fortalecida la salud de sus hombres y mujeres. Y es que uno de los aciertos de este programa es su constancia, su continuidad.
La inteligencia y la dignidad de un pueblo se sustentan en la nutrición de los niños. La degradación mental y física de una población, tiene su terrible origen en el hambre y el abandono de los pequeños. La verdadera acción civilizadora debe atender con urgencia los problemas de la nutrición, derecho fundamental de todo ciudadano.
Liconsa, como programa de abasto social, se armoniza con el espíritu tarahumara de compartir los frutos de la tierra.
Páginas de la 123 a la 129 del libro colectivo Los caminos de la leche, Editorial Liconsa, México, 1995. ISBN 968-7686-00-6.