¿Cómo valora y protege América Latina sus expresiones culturales? Diversas tradiciones han ingresado a listas de reconocimiento nacionales y de la UNESCO, pero el desafío de la salvaguardia sigue presente.
Victoria Dannemann/DW
Desde el tango a la rumba cubana, pasando por el carnaval de Barranquilla, la fiesta de Día de Muertos o la renovación anual del puente colgante de cuerda Q’eswachaka, son más de 60 las expresiones latinoamericanas que la UNESCO ha inscrito en su lista de Patrimonio Cultural Inmaterial (PCI) de la Humanidad. Algunas son conocidas a nivel internacional, mientras que otras sólo en forma local.
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Adhiriendo a la Convención de la UNESCO de 2003 sobre PCI, en los últimos 15 años los países latinoamericanos han reconocido, también en listas nacionales, manifestaciones heredadas de los antepasados y que se transmiten de generación en generación: rituales, tradiciones orales, festividades, usos sociales, formas de entender la naturaleza y el universo y técnicas de creación de artesanía, entre otras.
Si bien el ingreso a la preciada lista de la UNESCO les da un sello distintivo, la declaratoria es sólo la parte más visible del proceso, cuyo objetivo final es la conservación de estas tradiciones. “Lo relevante es cómo se le dan herramientas a las comunidades para que gestionen su PCI, en el entendido de que en todo rincón del mundo existe un PCI y no hay unos más importantes que otros”, indica a DW Adriana Molano, directora del Centro Regional para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial de América Latina (CRESPIAL), con sede en Cusco, Perú.
“Puede sonar contradictorio que existan listas en la UNESCO, pero se crearon con el fin de divulgar la importancia del PCI. Políticamente, para los países lo interesante es este reconocimiento, pero lo que la UNESCO busca incentivar es cómo se gestiona en general el PCI, para que las mismas comunidades lo mantengan vivo”, agrega la experta.
“En Colombia hemos establecido la lista representativa nacional como un mecanismo de salvaguardia. En ella incorporamos aquellas manifestaciones relevantes para la identidad de comunidades y que representan la diversidad cultural del país. Actualmente son 21, de las cuales nueve han pasado a ser parte del patrimonio de la humanidad a través de la lista de la UNESCO”, explica a DW Luis Fernando Arenas, del Grupo de Patrimonio Cultural Inmaterial del Ministerio de Cultura de Colombia.
“El reconocimiento les ha dado mayor visiblidad y se ha puesto énfasis en las formas de procurar la salvaguardia, a través de planes y proyectos”, indica Arenas. Las nuevas generaciones, así como los mayores, descubren y reconocen el valor de una manifestación que en ocasiones no consideraban especial o valiosa y, al reflexionar al respecto, toman conciencia de la importacia que tiene para ellos y apoyan medidas para su conservación.
La amenaza del turismo y la comercialización
La realidad y las manifestaciones reconocidas en cada país son diferente. “Al principio tuvieron mayor notoriedad las expresiones festivas, pero paulatinamente se han incorporado saberes como el sistema de jueces del agua o sistemas alternativos de justicia o agrarios, que también son parte de la vida y la identidad”, señala Gabriela Valenzuala, de CRESPIAL.
La evaluación del organismo, al que han adherido 15 países de la región, es alentadora. Su directora, Adriana Molano, destaca los avances a nivel regional en el marco legislativo, institucional y de financiamiento, pero advierte sobre desafíos y riesgos.
Sin un buen plan de salvaguardia, la declaratoria de PCI puede impactar negativamente. “Uno de los riesgos es la comercialización exagerada, el turismo mal llevado y la sobrerrepresentación. Muchas veces, una comunidad identifica un patrimonio que puede ser una fuente de recursos, pero éste pierde su significado simbólico relacionado con la identidad de la comunidad y pasa a volverse un objeto comercial”.
En el caso del patrimonio material, muchas declaratorias tienen un objetivo comercial y turístico, pero el intangible es mucho más frágil. “Salvaguardarlo pasa por fortalecer el tejido social y mantener vivos sus significados”, sostiene Adriana Molano. Por esto también, el organismo promueve una participación desde la comunidad, donde sea ella misma quien gestione, promueva y evite que desaparezca ese patrimonio.
Tesoros Humanos Vivos
“El oficio de organilleros es una tradición familiar de más de 60 años por la línea de mi esposa, Lesli Lizana”, relata Manuel Melo, de la Corporación Organilleros de Chile. Él es uno de los 40 organilleros que quedan en Chile y junto a su familia también fabrica este instrumento, lo que permite conservar esta tradición en el país. Su fama ha cruzado fronteras y han sido invitados a festivales internacionales en Bélgica y Alemania. En 2013, la familia fue reconocida por el Ministerio de Cultura Chileno como “Tesoro Humano Vivo”. Según la UNESCO, se trata de personas con alto grado de conocimiento y habilidades para recrear y transmitir elementos del PCI.
Paradojalmente, este reconocimiento no fue todo lo positivo que habrían esperado. “Ha generado un quiebre en el rubro, ya que se nombró a un grupo de organilleros y no al oficio”, comenta Melo, quien ha solicitado extender el reconocimiento a todos los cultores.
Mientras que en Chile se entrega cada año, la distinción de Tesoro Humano Vivo no está muy difundida en otros países latinoamericanos. Luis Fernando Arenas opina que “son las comunidades en general las portadoras de esas tradiciones, no sólo algunas personas en particular”.
Más allá de listas y distinciones, la tarea según los expertos, es que cada comunidad pueda valorar y conservar el legado heredado de sus antepasados y que es parte de su propia identidad.