Por Leonardo Boff
Con la irrupción de la Covid-19 y el aumento de los eventos extremos, la naturaleza y la Tierra han entrado en el radar de las preocupaciones humanas. El hecho es que nos encontramos dentro de la sexta extinción en masa, agravada por el antropoceno y por el necroceno de los últimos decenios. Por eso, se impone otro tipo de relación con la naturaleza, y con la Tierra, nuestra Casa Común, para que mantengan su biocapacidad.
Eso solo ocurrirá si rehacemos el contrato natural con la Tierra y si consideramos que todos los seres vivos, portadores del mismo código genético de base (los mismos 20 aminoácidos y las 4 bases fosfatadas), forman la gran comunidad de vida como lo entiende la Carta de la Tierra. Esta afirma taxativamente que todos ellos tienen valor intrínseco, independiente del uso que hagamos de ellos, y por eso merecen respeto y son sujetos de dignidad y de derechos. Repetidamente en su encíclica ecológica Laudato Si el Papa Francisco recalca que “cada criatura tiene un valor y un significado propio” (n.76).
Todo contrato se hace a partir de una reciprocidad, del intercambio y reconocimiento de derechos de cada una de las partes. De la Tierra recibimos todo: la vida y los medios de vida. En correspondencia tenemos un deber de gratitud, de retribución y de cuidado. Pero hace mucho que nosotros rompimos ese contrato natural. Hemos sometido a la Madre Tierra a una verdadera guerra, en el afán de arrancarle, sin ninguna consideración, todo lo que nos parecía útil para nuestro uso y disfrute.
Si no restablecemos ese lazo de mutualidad duradera, ella puede eventualmente no querernos más sobre su faz. Por eso la sostenibilidad aquí es esencial, por ser la base de una reedición del contrato natural.
El Presidente de Bolivia, el indígena aymara Evo Morales Ayma, en su alocución en la ONU el 22 de abril de 2009, al discutir si el día 22 de abril seguiría siendo el Día de la Tierra o si debería ser el Día de la Madre Tierra, enumeró algunos de esos derechos:
“Derecho a la vida y a existir;
Derecho a ser respetada;
Derecho a regenerar su biocapacidad y a continuar sus ciclos y procesos vitales libre de las alteraciones humanas;
Derecho a mantener su identidad e integridad como seres diferenciados, autorregulados e interrelacionados;
Derecho al agua como fuente de vida;
Derecho al aire limpio;
Derecho a la salud integral;
Derecho a estar libre de contaminación, polución y residuos tóxicos o radioactivos;
Derecho a no ser alterada genéticamente ni modificada en su estructura, amenazando así su integridad o funcionamiento vital y saludable;
Derecho a una plena y pronta restauración después de violaciones a los derechos reconocidos en esta Declaración y causadas por las actividades humanas”.
Su propuesta fue acogida unánimemente por la Asamblea de los Pueblos.
Del 19 al 23 de abril de 2009 se celebró en Cochabamba, convocada por Evo Morales, la Cúpula de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra, en la cual yo estuve presente con el encargo de fundamentar teóricamente tales derechos. De ahí surgió la Carta de los Derechos de la Madre Tierra con los puntos afirmados por él en la ONU.
Esta visión permite renovar el contrato natural con la Tierra que, articulado con el contrato social entre los ciudadanos, acabará por reforzar la sostenibilidad planetaria y garantizar los derechos de la naturaleza y de la Tierra.
Hoy sabemos por la nueva cosmología que todos los seres poseen no solo masa y energía. También son portadores de información, que resulta de las permanentes interacciones entre sí y que va creciendo hasta irrumpir como autoconciencia. Tal hecho implica niveles de subjetividad y de historia. Aquí reside la base científica que justifica la ampliación de la personalidad jurídica a la Tierra viva.
Desde los años 70 del siglo pasado, como hipótesis, y a partir de 2002 como teoría científica se acogió la visión de que la Tierra es un SuperEnte vivo que se comporta sistémicamente, articulando los factores físicoquímicos y ecológicos de tal forma que continúa siempre viva y productora de vida.
Al afirmar que es un SuperEnte vivo, le corresponde la dignidad y el respeto que toda vida merece. Cada vez crece más la clara conciencia de que todo lo que existe merece existir y todo lo que vive merece vivir. Y a nosotros nos toca acoger su existencia, defenderla y garantizarle las condiciones para continuarr evolucionando.
Además nadie duda de que el ser humano es sujeto de derechos inalienables y goza de subjetividad y de historia. Pues bien, este ser humano, como sostienen muchos cosmólogos y antropólogos, es la Tierra misma que en un momento avanzado de su complejidad empezó a sentir, a pensar, a amar y a cuidar. Esos derechos humanos, por el hecho de ser nosotros Tierra, deben ser atribuidos también a la Tierra. Los modernos la llamaron Gaia, los antiguos Gran Madre y los andinos, Pacha Mama.
Esta subjetividad posee historia, es decir, se encuentra dentro del inmenso proceso cosmogénico haciendo que la Tierra viva, a través de los seres humanos, se vea a sí misma, contemple el universo y represente el estadio más avanzado del cosmos conocido hasta ahora.
Michel Serres, filósofo francés de las ciencias, afirmó con propiedad: «La Declaración de los Derechos del Hombre tuvo el mérito de decir “todos los hombres tienen derechos” y el defecto de pensar “solo los hombres tienen derechos”».
Ha costado mucha lucha el reconocimiento pleno de los derechos de las mujeres, de los indígenas, de los negros, así como ahora está exigiendo mucho esfuerzo el reconocimiento de los derechos de la naturaleza y de la Madre Tierra, formada por el conjunto de todos los ecosistemas.
Por causa de su imbricación mutua, Tierra y Humanidad tienen el mismo destino. Toca a nosotros, su porción consciente y sus cuidadores, hacer que este destino común tenga éxito a condición de respetar la dignidad y los derechos de la Madre Tierra.
*Leonardo Boff ha escrito: Dignidad de la Tierra: ecología, grito de la Tierra-grito de los pobres, Vozes 1999/2015.