Por Ernesto Camou Healy
De niños el 12 de octubre se celebraba el Día de la Raza. Era una conmemoración un tanto anodina pero que marcaba un asueto estudiantil, lo cual era totalmente agradecible. Si caía en lunes o viernes, nos concedía un “puente” de tres días sin monserga escolar.
En primaria nos ponían a investigar la figura de Cristóbal Colón, sus relaciones financieras con la reina Isabel, el puerto de Palos y las tres carabelas. Alguna maestra despistada nos platicó la anécdota del huevo de Colón, cuando el genovés retó a un grupo de nobles con los que departía, a que pararan un huevo de gallina en forma vertical. Se supone que colocar el huevo en tan antinatural postura probaría algo y, contaba el docente, que Colón lo logró porque golpeó levemente el extremo de un huevo y lo pudo apuntalar.
En aquellos años infantiles tal proeza ya me parecía un poco inútil y bastante irrelevante. Pero la repetían tanto que puede haber ocurrido, no al término de un banquete con la aristocracia, sino, se me ocurre, en alguna taberna de mala muerte en el mediterráneo, cuando, ya a punto de embriaguez, se le ocurrió la puntada de retar a los otros borrachines a balancear un blanquillo: Lo hizo y logró la admiración de aquellos tambaleantes bebedores, que ni siquiera podían mantenerse en pie, y menos todavía hacer lo mismo con un huevo.
Pero leyendas, aparte el Día de la Raza fue ocurrencia de un ministro español, Faustino Rodríguez-San Pedro en 1913, para celebrar la unión iberoamericana y “exteriorizar la intimidad espiritual entre la nación descubridora y civilizadora y las formadas en suelo americano”. El Rey Alfonso XIII la transformó en fiesta nacional en 1918. Curiosamente el nombre, de la Raza, dio paso al de “la Hispanidad” en la tercera década del siglo XX, que no llegó a ser oficial hasta 1958 en aquella España franquista.
En América Latina se fue adoptando la fiesta con diversos matices: En México fue en 1928, por iniciativa de José Vasconcelos, que pretendía fomentar el aprecio a la “raza iberoamericana”. Él se refería al producto del mestizaje entre europeos e indígenas, en un esfuerzo por instaurar una identidad mexicana sustentada en una supuesta y absoluta mayoría nacional, distinta del mosaico real de culturas, lenguas y costumbres que daban, y siguen dando, riqueza humana a la Nación.
En Estados Unidos optaron por llamarlo Columbus day, día de Colón, con lo cual ignoraron a sus pueblos originarios y optaron por elevar al calendario la estirpe europea; cuando tiempo después se pretendió incluir a las etnias aborígenes, los descendientes de italianos, antes perseguidos y hostigados, protestaron vehementemente contra ese atentado a “sus raíces”.
En América Latina los distintos gobiernos tardaron en darse cuenta que la iniciativa original colocaba a aquella España como benefactora y matriz privilegiada de sus nacionalidades. No era cuestión de negar los hechos históricos, pero sí convenía matizarlos, opinaron, y fueron cambiando el concepto a Encuentro entre Culturas, Encuentro de dos mundos, de la Identidad y Diversidad Cultural, de la Resistencia Indígena Negra y Popular y, en México, desde 2020 se la conoce como Día de la Nación Pluricultural.
Aun así, en la mayor parte de los países americanos los pueblos nativos siguen sufriendo las consecuencias históricas del aquel encuentro, encontronazo quizás, entre conquistadores y sometidos. Las etnias originarias eran pueblos muy capaces, inventaron su agricultura y domesticaron plantas como el maíz, cacao, vainilla, frijoles, calabazas, amaranto, chía o el maguey; tenían organización política y cultural adecuadas y fuertes, eran maestros constructores y desarrollaron una astronomía ilustrada y capaz de predecir estaciones y el paso de los astros. Tenían su propia medicina y una herbolaria que aún sorprende a los estudiosos.
El choque con europeos lanzó a muchos pueblos originarios a la sima económica y social de sus regiones. Es una injusticia que permanece y exige equidad. Se los seguimos debiendo como País…
Ernesto Camou Healy es doctor en Ciencias Sociales, maestro en Antropología Social y licenciado en Filosofía; investigador del CIAD, A.C. de Hermosillo.