Es tan bonito amarte en pantalla

Por Aracely Loya y Jesús Chávez Marín

Neftalí vivía en Chiclayo felizmente casado, como se dice vulgarmente. Su entretenimiento principal era el internet y luego de años halló la tierra prometida de su existencia: conseguirse novias virtuales. Como era hábil con las palabras y tenía facilidad para compartir fotos, música y videos de todos los ambientes del espacio cibernético, resultaba atractivo para mujeres soñadoras que también andaban en lo mismo: en esa búsqueda de amor a distancia ante el hastío de la propia realidad territorial y social, que buscaban en otros países una relación, un futuro, pero que, al igual que sus corresponsales, se mentían con ansiedad a sí mismas negando su real intención de sacarle la vuelta a todo compromiso.

Pero una vez a Neftalí se le complicaron las cosas. Una de sus novias, Isabel, con la que ya tenía un año de intensa comunicación, no se conformó con el habitual intercambio de frases amorosas, las sesiones de desnudos frente a la cámara de la computadora y el besito diario de las buenas noches, mi amor, sino que decidió viajar hasta Chiclayo a conocerlo en persona. Trágame tierra.

Le inventó mil pretextos: que había tenido un accidente gravísimo y entonces ella más quiso ir, para cuidarlo, pues lo amaba con devoción. Que viajaría varias semanas a Ecuador: no hay problema, hasta allá lo alcanzaría. Agotó Neftalí todos los recursos de a mentiras y no lograba vencer a la empeñosa y bella Isabel. Ella gastó sus ahorros en llegar desde ciudad Juárez, donde vivía, hasta la república de Chile, a buscar a su hombre. Entonces él tuvo que emplear métodos más concretos: convenció a un grupos de amigos a que se hicieran pasar por agentes de migración y entre que la ayudaban y otro tanto la amenazaban, así lograron controlarla e impedir que conociera a su amado Neftalí, quien le tenía tanto miedo a su esposa real que se hizo ojo de hormiga hasta que a Isabel se le acabaron los recursos y tuvo que regresarse a su tierra.

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