Por Ernesto Camou Healy
— Ayer se inauguraron los 32 Juegos Olímpicos que estaban programados para el 2020, pero se pospusieron a causa de la pandemia. Todavía hace algunos días no se descartaba suspenderlos. En toda la historia sólo en tres ocasiones se han cancelado: En 1916 por la Primera Guerra Mundial, y en 1940 y 1944, por la Segunda. Incluso el ataque terrorista contra la delegación de Israel, en 1972 sólo los interrumpió por unas horas.
Los primeros Juegos tuvieron lugar en Olimpia, Grecia, en honor al dios Zeus, en el año 776 a. C. y lograron continuarlos por casi 10 siglos. Competían atletas provenientes de las ciudades estado griegas que acordaban una tregua olímpica para celebrarlos pacíficamente. En el siglo cuarto el emperador Teodosio I, cristiano ya, los prohibió por razones religiosas.
Fue el Barón Pierre de Coubertin quien fundó el Comité Olímpico Internacional (COI) en 1894, y la primera Olimpiada moderna tuvo lugar en Atenas en 1896. Desde un siglo antes se usaba ese nombre para denominar a competencias deportivas en Europa, pero convocar a jugadores de todo el orbe fue una iniciativa que se mostraría fructífera en el futuro. Compitieron en Atenas 241 atletas provenientes de catorce países. Ahora, 125 años después, asistirán a Tokio alrededor de 11 mil deportistas de 205 países.
En 1914 se diseñó el emblema con cinco anillos entrelazados que representan la unión de los cinco continentes -África, América, Asia, Europa y Oceanía-. Con esos anillos se formó la bandera olímpica que se utilizó por vez primera en Amberes en 1920.
La idea de organizar estas justas cada cuatro años resulta positiva y sugerente: Permite la convivencia entre personas y países, por más que en muchas ocasiones la posibilidad de derrotar a quien se considera enemigo priva sobre el espíritu deportivo. En Berlín, en 1936, Hitler intentó utilizarlos para demostrar la supremacía aria, pero las victorias del afroamericano Jesse Owens, que ganó cuatro medallas de oro, y la judía Ibolya Csák, dieron al traste con el objetivo nazi: Hitler le negó el saludo a Owens.
El COI escoge a las ciudades organizadoras entre las que presentan sus candidaturas. Es algo delicado pues hay muchos intereses en juego. Varias veces se ha intentado sobornar a quienes deciden para que se inclinen por una determinada ciudad. Ser sede de los Olímpicos concede enorme prestigio a la urbe y país anfitriones, pero también resulta una carga económica enorme: Los presupuestos suelen rebasarse con frecuencia, y en montos superiores al 100% del plan original. El problema que tiene Tokio es que los costos de infraestructura y organización para recibir a las delegaciones se han ido haciendo desde hace varios años, y la pandemia imposibilita la asistencia de turistas lo que mermará sustancialmente la derrama económica.
Sin embargo, los derechos de transmitirlos por televisión pueden generar una entrada generosa para el COI y para el Japón. Se televisaron por primera vez en Berlín, en 1936 para una audiencia local; los Juegos en México, 1968, fueron los primeros que utilizaron tecnología en color. Eso fue formando un público de carácter global que, a su vez, estimuló a las televisoras para dar mayor cobertura, vender más espacio comercial y lograr millones de televidentes, público interesado y también cautivo, atentos a los logros y desafíos de los participantes. Representan una inmejorable oportunidad para hacer y vender publicidad a escala mundial. Los derechos de transmisión se adjudican a las empresas en contratos que rebasan los miles de millones de dólares. Esto los ha ido transformando, paulatinamente, en un negocio mundial en el cual además de los lapsos para anuncios, vemos a los competidores, sus entrenadores y ayudantes ataviados con uniformes y logos de marcas conocidas.
Este dilema no lo previó Coubertin: Que la tregua olímpica y el espíritu deportivo sano y generoso generaran una guerra entre medios de comunicación, interesados en atrapar a los espectadores y moverlos a consumir… ¡Olvídense de la mente sana en cuerpo sano!