Por Leonardo Boff
— Es notorio el desprecio que el actual presidente de Brasil muestra hacia los indígenas. Los considera sub-gente, y el 1 de diciembre de 2018 declaró con toda claridad: “nuestro proyecto para el indio es hacerlo igual a nosotros”. Y avanzó más: “no va a haber un centímetro demarcado para reserva indígena o para los quilombolas”.
Lo más perverso fue no aprobar la Propuesta de Enmienda Constitucional (PEC) que debía llevarles agua potable e insumos básicos contra la Covid-19. Es un propósito de muerte. Hace días, en este mes de junio, en una manifestación pacífica de varias etnias, fueron recibidos en Brasilia con represión, balas de goma y gases lacrimógenos. Están en un total abandono, hasta el punto de que 163 pueblos de diferentes etnias han sido contagiados, y se han registrado 1.070 muertes.
Un conocedor de la historia de la Amazonia, Evaristo Miranda –autor de un libro cuyo título es toda una revelación: Cuando el Amazonas corría hacia el Pacífico, Vozes 2007– nos dice: “una cosa es segura: la más antigua y permanente presencia humana en Brasil está en la Amazonia. Hace unas 400 generaciones, diversos grupos humanos ocuparon, disputaron, exploraron y transformaron los territorios amazónicos y sus recursos alimentarios” (p. 47). Desarrollaron un gran manejo de la selva, respetando su singularidad, modificando al mismo tiempo su hábitat para multiplicar los vegetales útiles para el uso humano. El indígena y la selva evolucionaron juntos en una profunda reciprocidad.
Bien lo dijo el antropólogo Viveiros de Castro: “La Amazonia que vemos hoy es la que ha resultado de siglos de intervención social, así como las sociedades que viven allí son el resultado de siglos de convivencia con la Amazonia” (en Tempo e Presença 1992, p. 26).
También es relevante observar que en el interior de la selva con sus cientos de etnias se formó, a partir de 1.100, antes de las llegadas de los invasores portugueses, un espacio inmenso (casi un imperio) de la tribu tupí-guaraní. Ocuparon territorios que iban desde los contrafuertes andinos, formadores del río Amazonas, hasta las cuencas de los ríos Paraguay y Paraná, llegando algunos hasta las pampas gauchas y al nordeste brasilero. “De esta forma”, afirma Miranda, “prácticamente todo el Brasil selvático fue conquistado por pueblos tupí-guaraní” (p. 92-93).
En el Brasil pre-cabralino había cerca de 1.400 tribus, el 60% de ellas en la parte amazónica. Hablaban lenguas de 40 troncos distintos, subdivididos en 94 familias diferentes, lo que llevó a la antropóloga Berta Ribeiro a afirmar “que en ninguna parte de la Tierra se ha encontrado una variedad linguística semejante a la observada en la América del Sur tropical” (Amazônia urgente, 1990 p.75). Hoy, lamentablemente, dada la diezmación de los pueblos indígenas perpetrada en el transcurrir de la historia y, recientemente, por los garimpeiros, mineros, extractivistas (la mayoría ilegales), quedan solamente 274 lenguas. Esto significa que se han perdido más de mil lenguas (85%) y con ellas conocimientos ancestrales, visiones de mundo y comunicaciones singulares. Ha sido un empobrecimiento irreparable para el patrimonio cultural de la humanidad.
Entre las muchas tragedias que llevaron a la desaparición de etnias enteras, cabe recordar una que pocos conocen. Don Juan VI, que algunos admiran, en carta regia del 13 de mayo de 1808, mandó llevar a cabo una guerra oficial contra los índios Krenak del Valle del Rio Doce, en los estados de Minas y Espíritu Santo. A los comandantes militares les ordenó “una guerra ofensiva que no tendrá fin sino cuando tengais la felicidad de enseñorearos de sus habitaciones y hacerles sentir la superioridad de mis armas… hasta la total reducción de una semejante y atroz raza antropógafa” (L.Boff, O casamento do céu com a terra, 2014, p. 140).
¿Por qué recordamos todo esto? Para que nos demos cuenta de que estas acciones exterminadoras continúan todavía hoy, y hay que resistir, criticar y combatir las criminales políticas del actual gobierno, genocida de indígenas y del propio pueblo brasilero, que ha dejado morir a más de 510 mil personas.
Los principales responsables y sus cómplices difícilmente escaparán de enfrentarse al Tribunal Internacional de Crímenes contra la Humanidad en La Haya. El clamor no es solo brasileño sino internacional. Para tales crímenes no hay límite de tiempo. Dondequiera que estén y en cualquier tiempo no escaparán su severidad, celosos, como han demostrado ser, de la sagrada dignidad del ser humano.
Estos pueblos originarios son nuestros maestros y doctores en lo que refiere a la relación con la naturaleza de la cual se sienten parte y grandes cuidadores. Ahora que con la Covid-19 andamos perplejos y perdidos sin saber cómo seguir adelante, debemos consultarlos. Como dice un líder indígena, sobreviviente de la guerra criminal de Don Juan VI, Ailton Krenak, ellos nos ayudarán a alejar o posponer el fin del mundo.
Si seguimos la ruta de destrucción de nuestro hábitat, la Casa Común, explotándola ilimitadamente, sin ningún escrúpulo, ese destino podrá ser la tragedia de la especie humana. Pero tenemos la esperanza que hizo a los indígenas sobrevivir hasta el día de hoy. También nosotros esperamos sobrevivir, transformados por las lecciones que la Madre Tierra nos viene dando.