Por Jesús Chávez Marín
— [Agosto de 1991]
―¿Qué pasó, guera?, ¿ya le echaste una ojeada al disquette que te traje el otro día?
―Claro que sí, Venustiano, por cierto: tiene muchísimas faltas de ortografía, oye, mídete, ¿no?
―Má, que te pasa maestra, yo soy dramaturgo, no pinche gramático; para eso están los correctores muertos de hambre que trabajan aquí, por algo les pagas, pa que te corrijan la ortografía y esas mamadas.
―Bueno, cálmate ¡cómo eres sanguíneo, Venustiano! Te voy a recomendar un curso de control mental en el Excelaris, te está haciendo falta. Y me perdonas, pero a tu mamotreto le falta estructura, no cumple con los criterios de la ID (International Drama).
―No seas payasa, guereja, ¿con quién crees que estás hablando?: nada más ni nada menos que con Venustiano Mireles, no con cualquier pelagatos de esos que se mantienen haciendo antesala en los inframundos editoriales.
―Ya, ya, bájale poquito, ¿quieres?
―Tu viste que a mi obra le metí de todo: un obispo retirado, su novia, dos borrachines de Recursos Hidraúlicos, 33 ingenieros nucleares, cuatro putas del Bajarí, cinco violaciones hiperrealistas, siete rolas de Locomía y ocho teléfonos celulares en escena. Además ya mero la estrenamos, la están ensayando desde hace nueve meses unos actores del Centro Cultural El Gallito, dirigidos por la famosa Roxana Mares.
―Pues será el sereno. De todos modos: o le das una pulidita a tu libraco o aquí lo edito pura madre. Eso que te quede bien clarito, mi rey.
Agosto 1991