Nostalgia del andariego

Por Ernesto Camou Healy

— Siempre me ha gustado caminar. En la distante adolescencia recorría Hermosillo a pie, desde la Reforma a la colonia San Juan y de ahí a La Sauceda, la presa y la sierra de Santa Martha. Iba y venía desde mi casa al Mercado Municipal y sus comercios vecinos. Por las noches salíamos a caminar en tertulias peripatéticas por un camino que nos llevaba a las ruinas de la capilla San Antonio, en ese entonces fuera del casco urbano; luego seguíamos rumbo al Hueyparín, entre huertos y potreros, para volver a buena hora y dormir en casita.

En estos días camino por las tardes, en el patio de mi casa, y en el verano inclemente recorro muchas veces mi personal circuito sala -comedor- cocina, guarecido por el aire acondicionado. Pero extraño los espacios abiertos. Y vivo en una ciudad que parece temerosa del aire libre, incluso en los meses de clima benigno, que son la mayoría. Antes no era así: La aciaga combinación del calor estival, la televisión y el clima artificial lograron que muchos vecinos se encierren frente a las pantallas y evadan el risueño departir con los vecinos y conocidos al caer la tarde.

Ya este antiguo Pitic roza el millón de habitantes. La mancha urbana es varias veces más amplia que la que teníamos a mitad del siglo pasado; se ha tornado una ciudad en la que caminar no resuelve el problema del traslado. Muchos no tienen más remedio, pero otros se hacen de un carrito usado para evadir el arduo transporte urbano. No es una ciudad grande, pero se viaja mucho en vehículos particulares; eso ya ocasiona embotellamientos precoces, y no falta mucho para que nos quejemos de la contaminación, y haya que realizar verificaciones vehiculares regularmente.

Urge volver a caminar, así sea entre octubre y mayo, y por las tardes gloriosas de verano, cuando se incendia el horizonte con tonos desde rosado etéreo hasta rojos abrasadores y casi combustibles. Pero hay pocos espacios para hacerlo fuera de las calles casi nunca arboladas: El Parque Madero es el más grande, pero por las noches asusta un poco, o mucho; el parque de la colonia Pitic, es amable pero lejano para la mayoría. Y hay muy pocos más, alguna plaza y camellones arbolados como El Centenario, que no suma más de seis cuadras. Está el proyecto de un grupo entusiasta, de formar un corredor ecológico que abarque La Sauceda, la Presa Abelardo Rodríguez y parte del Río Sonora. Excelente idea, falta ver si Estado y Municipio la apoyan; pero conviene aclararles: Lo necesitamos los habitantes de esta poco sombreada localidad.

Es imperativo proteger las áreas verdes aledañas al poblamiento. Hermosillo debe estar rodeado por un periférico vegetal, con plantas del desierto que se reproduzcan con facilidad y no sea oneroso mantenerlas; con mezquites, palo verdes y breas que pinten de amarillo el campo en primavera; suficientemente grande para sostener fauna local y ser un pulmón circular de la ciudad. Si sigue creciendo, que lo haga más allá de este refugio vegetal y silvestre. Que genere humedad y atraiga lluvias; que nos permita caminar por un monte urbano y natural.

Muchos salen a caminar a los cerros al final del bulevar  Morelos. De chaval subí innumerables ocasiones esa serranía rocosa, para ver la ciudad, desde arriba y desde lejos. No puede ser propiedad privada, debe recuperarse como patrimonio citadino. Lo mismo puede decirse del Río Sonora, pavimentado entre la presa y la bella y añeja Villa de Seris, pero que, al Poniente, forma humedales y pequeñas lagunas, refugio de patos, mamíferos y otros animales; ahí se debe diseñar un parque natural, protegido de la codicia inmobiliaria, y espacio de solaz y defensa de la calidad de vida citadina.

Es nuestra tarea como ciudadanos presionar al Gobierno para llegar a ser una ciudad rodeada de áreas verdes, naturales, que nos muevan a estar orgullosos del entorno desértico y su peculiar belleza…

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