Por Ernesto Camou Healy
— ¿Cómo celebrar las fiestas navideñas en estos tiempos tan peculiares? La pregunta puede ser más básica aún: ¿Hay algo que festejar este 2020 de encierro y preocupación? Muchos afirmarán que no: De alguna manera la experiencia de esta pandemia trastoca expectativas y cambia el sentido de lo que se considera normal. Sin embargo, las razones para animarse persisten, incluso pueden dar significado profundo a la experiencia compartida de fragilidad y relativa soledad.
El natalicio del niño de Belén es lo que se recuerda y pretende conmemorar; fue un evento marginal en aquella sociedad hebrea ocupada por una potencia imperial. Nació un bebé en condiciones de pobreza y exclusión. Los padres estaban en un pueblo y lugar extraño, forzados a refugiarse en un recinto destinado al cobijo de reses, chivas y corderos, sufriendo la angustia de un parto y sin tener a quién recurrir.
A pesar de eso fue un nacimiento venturoso: Hijo y madre sobrevivieron en condiciones poco sanitarias, aislados y sin apoyo de una comunidad o familia. Más que gozo, el suceso apuntaló la esperanza, la convicción de que esa vida que nacía tenía un valor y un futuro.
De alguna manera en el aprieto compartido en que nos encontramos, la confianza en que llegará una nueva etapa y podremos volver a departir con los que amamos, a compartir alegrías y repasar pesares, extrañar a los que se fueron y retomar el camino común hacia la vida, está sostenida por la esperanza de que hay un futuro y podremos vivirlo mejor.
Para lograrlo se necesita aceptar que en nuestros hoy y aquí debemos vivir el recuerdo de aquel nacimiento en una relativa soledad quizá familiar o doméstica, sólo con aquellos con los que compartimos hogar, mesa y cotidianidad. Pero la crisis que ha provocado el Covid ha expuesto la trama social y económica que el País, y el mundo, han ido edificando en las últimas décadas sobre todo: Una sociedad profundamente desigual en la que la generalidad no cuenta con recursos suficientes para una vida digna, y tiene escasos motivos para la esperanza.
El hostigamiento que han sufrido las mayorías, sobre todo en el campo de México y Latinoamérica, que se acentuó con los gobiernos neoliberales incapaces de comprender las necesidades básicas de la población a la que deberían servir, provocó el abandono de villas y rancherías, pueblos y comunidades en un éxodo, individual o en caravanas, hacia un paraíso esquivo e ilusorio: Se mueven para evadirse de un panorama de hambre y de inseguridad, y en pos de una esperanza huidiza.
Traer a la memoria aquel nacimiento auspicioso en estos tiempos complicados debe cimentar la conciencia de que esta reclusión, sana la consideramos, tiene sentido no sólo para evitar el contagio individual, sino para detener una epidemia social que compartimos porque tenemos atadas las posibilidades de futuro a un bienestar colectivo, sin el cual simplemente no sobrevivimos: La pandemia se nutre de la pobreza y si no nos ocupamos de transformar de raíz el escenario de desigualdad y miseria que ha prevalecido por siglos y se ha incrementado espectacularmente en las pasadas dos o tres generaciones, seguiremos sembrando desesperanza y angustia; inseguridad, hambre y violencia.
Para conmemorar adecuadamente aquel inicio de la esperanza tenemos que vivir estos días de fiesta aislados y tranquilos, sabiendo que en ello nos jugamos el bienestar común movidos por la certeza de que estamos construyendo un futuro que debe ser, sin duda, compartido.
Celebremos pues en la reclusión y lejanía sensatas, con la convicción de que sólo así podremos sobrellevar la crisis y prepararnos para modificar las condiciones que la han hecho posible y letal. Y vivamos una Navidad reposada y alegre, con la cercanía de quienes queremos si es posible, y sabedores que hay muchos que no vemos, pero ahí están y reclaman de nosotros atención y solidaridad en las que fundar una esperanza que sólo puede ser compartida y equitativa.