Por Hermann Bellinghausen
—Quince años hace que el Ejército Zapatista de Liberación Nacional anunció la creación de los caracoles y las juntas de Buen Gobierno (JBG),
Hoy, cuando el gobierno entrante enuncia como meta suya cumplir dichos acuerdos, sería bueno que se enterara de que ya se cumplieron. Ahora hace falta más, los ASA eran sólo la primera de cuatro etapas de una negociación interrumpida para negociar la paz con los rebeldes y cumplir las demandas históricas de los pueblos originarios de la nación. Ante las políticas neoliberales que establecieron el despojo y la extracción agresiva en sus territorios, muchos pueblos dejaron de esperar. Un riesgo de la política para los indígenas de AMLO es que empieza atrasada, será clientelar y dirigida a la pobreza, prevé una autonomía a modo y va derechito a la creación de divisiones importantes. Como si no hubiera ya demasiadas.
Lento, callado y eficaz, el caracol rebelde lleva 15 años en función, se acomoda y mueve, se actualiza, contrae y ensancha, y al parecer se divierte. Sus demandas no pasan por las colas de Sedesol. Además, su estrategia llegó más lejos y adentro, encarna una cultura que el Estado está obligado a respetar.
Andrés Aubry, gran intérprete del movimiento rebelde de Chiapas, escribía en Ojarasca que “la fiesta de los caracoles manifestó que los rebeldes tomaron en serio la ruptura del silencio proclamada por 30 mil zapatistas y sus comandantes el primero de enero de 2003 en San Cristóbal.
“Ahora sabemos que lo que llenó este largo silencio en clandestinidad no fue otra cosa que un disciplinado y progresivo cumplimiento de los Acuerdos de San Andrés”. Ante las pesadas omisiones de la clase política y los poderes oficiales, los zapatistas proclamaron que de aquí en adelante esta rebeldía abierta ya no se practicará en el silencio sino con los medios de una resistencia transparente.
También al calor de los acontecimientos, Pablo González Casanova escribía: “De las ricas aportaciones que el movimiento zapatista ha hecho a la construcción de una alternativa, el proyecto de los caracoles desembrolla muchos falsos debates de políticos e intelectuales”. En palabras del comandante Javier (el mismo que el primero de enero de 1994 había leído la Primera Declaración de la Selva Lacandona en San Cristóbal de Las Casas), citadas por González Casanova en su espléndido Ensayo de interpretación de los caracoles, éstos abren nuevas posibilidades de resistencia y autonomía de los pueblos indígenas de México y del mundo, que incluye a todos los sectores sociales que luchan por la democracia, la libertad y la justicia para todos.
Tras la creación de los caracoles y las JBG, formadas por la estructura civil del EZLN en los municipios autónomos rebeldes zapatistas (que venían evolucionando desde el 19 de diciembre de 1994), González Casanova apunta que el proyecto postula que las comunidades y los pueblos tienen que ejercitarse en la alternativa para adquirir experiencia. No esperar a tener más poder para redefinir el nuevo estilo de ejercerlo. No se construye bajo la lógica del poder del Estado. Tampoco para crear una sociedad ácrata. Es un proyecto de pueblos-gobierno que se articulan entre sí y buscan imponer caminos de paz… sin desarmar moral o materialmente a los pueblos-gobierno.
Justo es reconocer que las JBG y sus similares son gobierno y escuela de gobierno. Se abrieron a la participación central de mujeres y jóvenes, y horizontalizaron el servicio público comunitario sin nada que ver con los partidos ni el sistema dominante.
La conclusión de González Casanova era de largo alcance: “Más que una ideología del poder de los pueblos-gobiernos, los caracoles construyen y expresan una cultura del poder que surge de quinientos años de resistencia de los pueblos indios de América”.