Por Jesús Chávez Marín
—[Enero 2003] –Un curioso caso de centralismo trasnochado, en una región cuyo gobernador ha ganado prestigio de rebelde y crítico frente al aparato federal, sucede en la coordinación de las becas Siqueiros que otorga el Consejo Estatal para la Cultura y las Artes: son exclusivamente defeños los jueces de ese concurso anual.
Y no solo las becas: también el Premio Chihuahua y el Premio Testimonio, que el Gobierno del Estado otorga cada año a los más distinguidos artistas mediante concurso, tienen como jueces a señores y señoras que moran y trabajan en el Distrito Federal.
El coordinador de los tres certámenes es Mario Saavedra, jefe de áreas del Instituto Chihuahuense de la Cultura. Cuando le preguntan sobre ese asunto, responde: “es para garantizar la objetividad y la justicia de los premios y estímulos, con jurados que no sean de aquí, para que no sepan la identidad de los concursantes”.
Sin embargo, pareciera que no hay literatos en Durango, por ejemplo, en Monterrey o Sinaloa, que pudieran ser tan capaces como los capitalinos para juzgar la calidad literaria de los chihuahuenses.
Y es que a Saavedra le gusta ir al Distrito Federal, con sus efectivos viáticos de gobierno, para que sean los de allá quienes decidan a quiénes, entre los que en esta tierra escriben, habrán de otorgarles ellos una beca, un premio.
A este señor no se le ocurre pensar que a lo mejor los intelectuales del Distrito Federal no comprenden del todo el lenguaje, el habla y las reflexiones de nosotros, fronterizos habitantes de la sierra y el desierto de Chihuahua.
Otra situación grave es que cuando Saavedra anuncia a los ganadores de cada año. Tiene por costumbre mantener en secreto los nombres de quienes integraron el jurado de cada concurso, cuando dar esa información es compromiso establecido en la convocatoria y en la Ley del Premio Chihuahua. Todo esto debería preocuparnos un tanto, cuanto, ¿no creen ustedes?
Enero 2003