Por Gustavo Esteva
—Todo parece evidente. Pero no es lo que parece. Hay que mirar de nuevo.
El señor presidente electo haría mal en pensar que 30 millones de personas votaron por él, aunque así lo hayan marcado en la boleta. Muchas y muchos votaron en contra, no por él. Hartos del sistema, inmensamente descontentos, votaron contra los que no supieron ni pudieron desligarse de la maquinaria delincuencial a la que pertenecen. AMLO supo captar ese ánimo: apareció como un persistente opositor del sistema, que ha sabido cruzar ese pantano sin mancharse.
No podemos contar esos votos, que se revelan poco a poco. Pero harían bien los elegidos en reconocer ese ánimo, compartido por quienes creen devotamente en AMLO. Al pensar planes de trabajo y especialmente cuando definan qué hacer ante las maquinarias políticas, tendrán que tomar en cuenta lo que se espera de ellos. La definición técnica de lo que hizo mucha gente se expresa con una gran sonrisa: ¡Los chingamos! Es un ánimo muy distinto al de quienes dicen: ¡Ganamos!
En 1994, Enrique Krauze ocupó un lugar prominente entre los intelectuales antizapatistas que se apresuraron a descalificar el levantamiento e hicieron comentarios tan vergonzosos como desatinados. Al criticar al subcomandante Marcos, Krauze habló de la mentalidad indígena, siempre en busca del guía, del que va a redimir. Reflejó así un racismo atroz, sin sustento histórico. Pero también fue una proyección que hoy se está manifestando. Son personas como Krauze, aunque de signo ideológico opuesto, quienes ahora expresan que encontraron al guía que los redimirá a ellos y al país.
En las clases populares hay personas y grupos que desde hace tiempo siguen a AMLO. Reconocen su honestidad, un rasgo excepcional en las clases políticas. Reconocen su persistencia. Lo han sentido cerca; ha tocado a la gente y se ha dejado tocar, se siente a gusto con ella. Lo ven como dirigente confiable. La entrega sin reservas al guía, al redentor, no se observa tanto en ellas como en personas de clase media, universitarios, analistas políticos, que se sienten reivindicados por la victoria electoral de AMLO: la sienten suya, como culminación de una lucha de décadas.
Muchas comunidades indígenas se animaron a votar y lo hicieron por AMLO. Conforme a una tradición, intentaron sacar ventaja grupos como el de Chamula, que Jan Rus llamaba la comunidad revolucionaria institucional para aludir a su sello mafioso. Esta vez, Morena le ganó la partida en esas maniobras a los operadores de otros partidos. Pero no son esas comunidades las que creen haber encontrado guía y redentor. No son las que se entregan sin reservas a quien Krauze calificaba de mesías. Es probable que AMLO no se sienta mesías, pero muchos de sus seguidores, incluso algunos muy ilustrados, quieren verlo así.
Esa corriente considera mera táctica transitoria o compromiso realista inevitable lo que un número creciente de personas observa con preocupación. No es sólo quienes hace tiempo están convencidos de que nada puede esperarse de arriba y que la tarea de reconstrucción de la sociedad ha de realizarse a ras de tierra, tanto para resistir el horror actual como para construir un mundo nuevo. Muestran también creciente preocupación quienes apuestan aún al camino de las elecciones y piensan que a corto plazo es indispensable obtener del gobierno la satisfacción de algunas demandas. Votaron por AMLO, a pesar de la tibieza que había manifestado en cuestiones fundamentales y de las malas compañías de que se fue rodeando. No están guardando silencio. Denuncian, por ejemplo, intenciones explícitas como las relacionadas con las zonas económicas especiales o lo que implícitamente se manifiesta con el nombramiento de ciertos funcionarios. Posturas como las de REMA o del Espacio Estatal de Maíz de Oaxaca reflejan que el resultado de la elección no ha hecho bajar la guardia a quienes tienen un compromiso serio con los pueblos indígenas, con los campesinos, con la Madre Tierra.
No hay confusión en quienes piensan que la lucha actual es anticapitalista. Saben que AMLO nunca ha estado en ella. Saben también que enmarca aún la tarea actual en la empresa del desarrollo, que relaciona correctamente con la famosa Alianza para el Progreso. Fue un diseño para estabilizar la hegemonía estadunidense y AMLO nunca se dio por enterado de su carácter. Cree que impulsarlo, hasta en sus formas más aberrantes y destructivas, beneficiará a los pobres que quiere atender.
Será difícil que PRI o PRD puedan localizar ahora a los militantes para reconstruir sus partidos en nombre de pasadas glorias. No tienen ya qué ofrecerles: ni huesos, ni prebendas, ni impunidad. Será interesante ver qué tradición sigue Morena al respecto y cómo traza el nuevo gobierno los que llama cambios profundos. Aún más interesante será ver cómo reacciona ante el desafío que le plantearán, desde ahora, los grupos de abajo a cuyo servicio cree estar.
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