Sin embargo, su pontificado no ha estado exento de desafíos. Ha enfrentado resistencias dentro de la Iglesia por su apertura en temas como la pastoral para personas divorciadas y la comunidad LGBTQ+. También ha tenido que lidiar con la crisis de los abusos sexuales, promoviendo medidas más estrictas contra la pederastia clerical. Medidas que no han sido siempre bien entendidas en el interior de la institución.
Así, fueron famosas las ‘dubia’ de varios cardenales tras los pasos dados para permitir comulgar a los divorciados, que se multiplicaron con otra serie de temas, desde la convocatoria de un Sínodo en el que, por primera vez, las mujeres (y los laicos) tuvieron voz, y voto, la ordenación sacerdotal de mujeres o encíclicas como Fratelli Tutti, la primera dedicada no sólo a los fieles católicos, sino a toda la humanidad.
Junto a su liderazgo en la Iglesia, Francisco se convirtió en una voz moral en la escena global, con llamamientos claros contra la “tercera Guerra Mundial a pedazos”, que visibilizó en Ucrania o Gaza, su petición de desarme global, su lucha contra el hambre o la denuncia de las injusticias del mercado, lo que le valió el título de ‘Papa comunista’. En sus últimos momentos, Bergoglio se erigió como el mayor crítico de la política de deportaciones lanzada por Trump. Un papel que, tras su muerte, queda huérfano.
Muy interesante.