Por Francisco Ortiz Pinchetti
El domingo próximo mi hija Laura Elena y mi nieta Lua serán funcionarias de casilla en las elecciones generales, en dos diferentes secciones electorales de la alcaldía de Tlalpan. Una como presidenta y la otra como escrutadora. Amén de enorgullecerme, el hecho tiene para mí implicaciones personales y profesionales importantes. Francamente me emociona. Me motiva. Y me remite a vivencias y experiencias que me ha tocado constatar a lo largo de casi seis décadas en este sinuoso camino de México hacia la democracia. Transición de la que he sido privilegiado testigo.
Hace 56 años, en julio de 1968, cubrí por primera vez como reportero unos comicios. Fueron las elecciones municipales en Tijuana y Mexicali, Baja California. Hubo fraude. Alteraron actas. Robaron urnas. Se dio una prolongada resistencia popular, que también cubrí para la revista Gente. Las votaciones fueron finalmente anuladas. En ambos lugares se nombraron consejos municipales.
Desde entonces he cubierto incontables procesos comiciales, estatales y generales, en toda la República Mexicana. También lo hice en las elecciones presidenciales de Perú y Nicaragua, en 1990.
En muchos lugares topé de nuevo con el fraude electoral, sobre todo en elecciones locales de gobernador o ayuntamientos. Durango, Chihuahua, Jalisco, Nuevo León, Tabasco, Guanajuato, Michoacán fueron algunos de los estados en los que la oposición denunció irregularidades atribuidas a gobiernos del PRI.
Detecté, observé, documenté y denuncié como periodista muchas de esas anomalías, particularmente en el caso de Chihuahua en 1986 y Guanajuato en 1991. Conocí todos los operativos usuales en aquellos años, muchos de los cuales bautizamos los propios reporteros: ratón loco, urnas embarazadas, tacos, operación tamal, carrusel, mapaches, uña negra, coacción del voto, padrón rasurado, acarreo de votantes, falsificación de firmas, voto cadena, suplantación o expulsión de representantes de partido, anulación arbitraria de boletas, catafixia, adulteración de actas, robo de urnas. Hasta 1996 tuvimos organismos electorales parciales, presididos y manejados por los gobiernos estatales y el federal.
Todas esas trampas han prácticamente desaparecido gracias a sucesivas reformas electorales que depuraron poco a poco los procedimientos y dieron certeza a los procesos electorales. Credencial y lista nominal con fotografía, boletas foliadas, urnas transparentes, mamparas, tinta indeleble, observación internacional. La elección está en manos de ciudadanos, debidamente entrenados. Como mi hija y mi nieta. Los votos se cuentan. Tenemos un Instituto Nacional Electoral (INE) autónomo, probado y confiable.
Hay, si, excesos de restricciones, frutos de esa historia de delincuencia electoral. Habría que evitarlos. Faltan en cambio medidas de mayor calado como la segunda vuelta electoral. Nuestra democracia electoral, incipiente, debe avanzar aun. Hay que anotar que en el actual proceso, la inseguridad que afecta a gran parte del territorio nacional, controlado por el crimen organizado, amenaza seriamente la realización de elecciones verdaderamente libres.
Este jueves nos despertamos con la noticia terrible del asesinato, el miércoles 28 por la noche, del candidato a Alcalde de Coyuca de Benítez, Guerrero, donde semanas antes habían matado también a un aspirante a regidor y a su esposa. Con José Alfredo Cabrera Barrientos, postulado por PRI, PAN y PRD, llega a 23 el número oficial de candidatos y precandidatos muertos según la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana (SSPC). Van 36, según conteo de Integralia, que documenta más de 700 agresiones y atentados contra políticos en el actual proceso. Son las cifras frías de “la elecciones más limpias, libres y sobre todo pacíficas en la historia de México”, según la bula presidencial del miércoles anterior.
También abrimos los ojos y los oídos ayer en una especie de bálsamo, que no otra cosa es la llamada veda electoral. Los tres días previos a la votación, en los que está prohibido todo proselitismo. Es notable el alivio, liego de más de un año de estruendo: mensajes, declaraciones, entrevistas, ataques, denuncias. Tres meses de campaña formal.
Durante las precampañas, intercampañas y campañas del proceso electoral federal que concluirá el domingo 2 de junio se gastaron más de 52 millones de spots, transmitidos en tiempos oficiales por radio y televisión, con los que se promovieron 629 candidatos federales (Presidente de la República, 128 senadores y 500 diputados federales) y 20 mil 79 aspirantes locales, entre ellos ocho gobernadores y el jefe de Gobierno de CdMx.
La lista nominal de electores suma 98 millones 329 mil 591 ciudadanos con credencial para votar, que podrán acudir a las 170 mil 304 casillas que se instalarán en todo el territorio nacional (aunque 104 de ellas están en riesgo). Hay 51 millones 103 mil 424 mujeres registradas (51.97 por ciento del total) y 47 millones 226 mil 062 hombres (48.02 por ciento). Y 26 millones 59 mil 263 son jóvenes menores de 30 años de edad (ojo).
Las elecciones de 2024 nos habrán costado 10 mil 444 millones 157 mil 311 pesos. La desconfianza provocada por las mañas priistas de tantos años ha encarecido nuestra democracia, sin duda. No obstante pienso que vale la pena. De esa suma, tres mil 309 millones 300 mil 138 pesos corresponde a gastos de campaña de los siete partidos políticos registrados.
Para que podamos votar se imprimieron un total de 317 millones 310 mil 261 boletas electorales, foliadas. Habrá 34 mil observadores electorales y más de 27 mil elementos de las Fuerzas Armadas participarán en la vigilancia de la elección en el país. La votación estará a cargo de dos millones 797 mil 316 funcionarios de casilla inoculados, notificados y entrenados. Todos voluntarios. Nos ponen ejemplo. Entre ellos estarán mi hija Laura Elena y mi nieta Lua, tan queridas ambas. Hay que ir a votar. Válgame.
DE LA LIBRE-TA
CONTINGENCIAS. Se cumplen ya 35 años de la implementación del Programa Hoy no Circula en el área metropolitana de la Ciudad de México, como una medida para mitigar el problema de la contaminación ambiental en la metrópoli. Fue el 20 de noviembre de 1989 cuando se activó por primera vez, precisamente a raíz de una contingencia provocada por alta concentración de ozono en el ambiente. A raíz de esa ocurrencia, se incrementó notablemente el número de automóviles en la capital, porque muchos buscaron la forma de tener un vehículo alternativo. Este viernes se aplica la duodécima contingencia de este año, ¡por la misma razón! Como que ya es tiempo de evaluar la eficacia de la medida y buscar otras alternativas diferentes al fallido castigo a los automovilistas, como sería el cierre de la refinería de Tula. Digo.
@fopinchetti