Por Guadalupe Ángeles
¿En qué parte del tiempo se quedó la que yo era, en los versos de Darío lanzando piedras contra los que desconocieron al dulce lobo en ausencia del bueno de Francisco?
Desde temprano en la vida creí leerme en los libros, descubrí entre páginas de distinta índole pulsiones que, en un principio, no entendía. Luego supe que yo fui el viaje de aquel que venía de lejos, leyó en mis labios las historias que viviría solo al roce de su boca; nunca temí la cursilería, creo que la buscaba, y en esa búsqueda me encontré con Orlando, la novela de Virginia Woolf. Supe entonces que en los libros (también en la vida) podría ser la que soy, sin dejar de ser todo lo que quisiera.
No por accidente viví dobles y triples vidas, cada una mi secreto, cada secreto una historia para compartir vestida de rojos deslumbrantes u ocres oscuros, de azules delirando entre blancas nubes donde cada rostro es todos y el mismo, a cada golpe de viento transformándose, transformándome.
El centro de la existencia lo constituyó la lectura y su hermana gemela, la escritura. Aunque usara los más diversos disfraces, todo acabó siempre por ser escrito; así, pude matarme cuantas veces fuera necesario para renacer en una nueva piel, como quien inicia un relato sobrio o incomprensiblemente desesperado, desesperante, sobre la hoja virgen de un cuaderno.
Rehacerme después de recorrer kilómetros desde la que deseaba dejar de ser, caminar sobre playas solo habitadas por el recuerdo de amores innombrables e imposibles de olvidar; todo ello fue vivido una y otra vez en la lectura de libros, en poemas sin libro ni esperanza, escritos por mí para mí.
¿Era eso vivir? ¿Inventarme dioses y describir los ritos para procurar su mirada sobre la criatura ínfima que imaginaba ser ante sus ojos?
Crear divinidades para mi propio uso y disfrute, diseñar luego diálogos distantes donde cada frase era un verso perdido entre cabellos amados o grito incomprensible a lo largo de horas solo soportables volviendo el corazón hacia su recuerdo; ¿era eso vivir? Vivir fue y ha sido leer, al borde de la desesperación, dentro de hamacas como vientres amorosos, en bibliotecas donde fui a encontrar libros en cuyas páginas leí mi rostro, una y otra vez, porque siempre he sido todas y ninguna, a veces sin saberlo, en ocasiones con plena conciencia.
Fui capaz de experimentar la sensación y su impronta, ello me llevó a hacerme vivir en libros donde el héroe y la víctima eran ambos mi retrato.
He sido y soy todo lo que leo, todo lo que escribo, animal hecho de páginas impresas solo en mi deseo.