Por Raúl Zibechi
El jueves 4 de mayo finalizó el recorrido de la caravana El Sur Resiste, organizada por las agrupaciones locales del Congreso Nacional Indígena (CNI). Luego de recorrer siete estados y decenas de espacios que resisten el extractivismo y los megaproyectos del capital, de escuchar cientos de voces de pueblos originarios y de sectores populares, llega a San Cristóbal de las Casas, donde se celebrará un foro internacional los días 6 y 7 de este mes.
Se trata de un enorme esfuerzo de cada organización para trasladar, recibir, alojar y alimentar a unas 300 personas, una parte de ellas europeas, estadunidenses y latinoamericanas, en los 10 días de duración de la caravana. Comenzó con poco más de un centenar de integrantes en la Costa de Chiapas, pero a lo largo del recorrido se fueron sumando miembros de los organizaciones que apoyan la caravana.
Fue estimulante comprobar que aún existen muchas pequeñas y medianas resistencias con fuerte arraigo local, pese a la combinación de políticas sociales y represión con la que los gobiernos suelen debilitar los movimientos populares. De ahí su importancia: visibilizar las resistencias, tender puentes entre ellas para superar el aislamiento y, sobre todo, fortalecerlas, porque la llegada de cientos de personas de las más diversas geografías estimuló cada una de las luchas, algo evidente en el cálido agradecimiento en particular de las mujeres.
La represión fue tanto despiadada como disimulada para el gran público. El desalojo violento del campamento en Mogroñé Viejo que frenó durante dos meses la construcción del tren interoceánico, fue la más evidente, con el secuestro de varias de las personas que sostenían el plantón. Las paradas en cada retén durante horas y el seguimiento de vehículos sin matrícula, fueron modos de acoso que sólo consiguieron templar los ánimos de los participantes aunque retrasó las llegadas a destino.
Uno de los resultados interesantes fue comprobar cómo en todas las geografías del planeta, tanto en el Norte como en el Sur, el capital y los estados se comportan de manera similar: la voracidad y violencia de la acumulación de riqueza no tienen límites; la militarización es una realidad global aunque se manifieste de modos diversos; los gobiernos de cualquier color se limitan a facilitar el despojo ya sea por vías legales o militares; se teje una vasta alianza entre multinacionales, crimen organizado y estados para el control de territorios.
Quisiera destacar algunos aspectos sobre el papel de ésta y otras caravanas anteriores, de modo provisorio para profundizar debates.
El primero es que iniciativas como El Sur Resiste son importantes para abrir espacios en medio de tantas dificultades, para evitar que el aislamiento de las resistencias acabe por secarlas por cansancio y falta de perspectivas. Hay que ponerse en el lugar de quienes viven en remotas áreas rurales, rodeados de obras extractivistas como el Tren Maya y el Corredor Transístmico, además de caciques y manadas armadas agresivas para comprender el papel demoledor del aislamiento.
El segundo aspecto es corroborar el lugar de las mujeres en las resistencias y en la construcción de otros mundos. Ellas fueron las que sostuvieron la caravana, cocinando, organizando, cuidando la salud y los ánimos de quienes llegaban cansados a cada destino. Mujeres de pueblos originarios, de barrios populares y también mujeres con estudios, se conjugaron en su diversidad de saberes y trabajando en colectivo.
Mujeres y comunidades son realidades que se tocan, que dialogan y se complementan. Cuando un sujeto colectivo resiste embestidas de afuera, se territorializa y se vuelve comunidad para seguir siendo, de modo casi natural. Esos son los procesos que siguen resistiendo, que no se rindieron a la lógica del beneficio individual que proponen los programas sociales.
En todas partes se pudo escuchar que resistir es necesario, pero que no alcanza. De forma simultánea los colectivos van construyendo formas de vida (desde cultivos agroecológicos hasta espacios de salud) que les permitan vivir del modo más autónomo posible, acercándose poco a poco al mundo que desean construir.
Existe una profunda interacción entre resistencias y mundos otros. La construcción de realidades diferentes a las hegemónicas alimenta las resistencias, porque en esos espacios los pueblos encuentran oxígeno y a la vez proyectan el tipo de sociedad en la que desean vivir. Lo interesante es que esta doble dinámica de resistencia y construcción de lo nuevo se ha vuelto sentido común de los pueblos.
La caravana debe insertarse en el tiempo largo de las resistencias de abajo. Nada se va a conseguir en poco tiempo, ni en los calendarios marcados por el sistema, como las convocatorias electorales. Los tiempos de los pueblos son similares a los ciclos de la naturaleza, esos que nos enseñan la circularidad de la vida que no tiene más objetivo que seguir siendo vida. Hoy, eso es revolucionario.