Francisco sacude la homofobia eclesial

Por Bernardo Barranco V.

La Iglesia católica es la principal institución homófoba en el país. Esa es la percepción de las comunidades LGBT. Se explica así, la militancia de la diversidad sexual para defender el Estado laico y su misión de salvaguardar a las minorías. Sin duda, ha desconcertado a diversos sectores de la jerarquía, la posición que ha asumido el papa Francisco. No sólo procura las uniones civiles de personas del mismo sexo, que les otorguen protección y certeza legal, sino induce a reconsiderar la condición homosexual en la Iglesia. Este es el desafío más importante porque supone un cambio cultural de la Iglesia. El efecto, Francisco es demoledor para aquellos católicos conservadores atrincherados en los viejos polvos imperiales de un pasado en que la Iglesia dictaba en materia moral, lo permitido y lo prohibido. Francisco toma mal parada a la Iglesia católica mexicana y sus muchas organizaciones conservadoras que han hecho de la homofobia un campo privilegiado de escarnio. Cuando Francisco recomienda, en el documental, a la pareja homosexual seguir llevando a su hijo a la Iglesia a pesar del rechazo, está induciendo a un cambio de actitud pastoral y religiosa en la rancia mentalidad católica. Con el documental Francesco, de Evgeny Afineevsky, el pontífice argentino ha provocado un terremoto en las actitudes tradicionales de la Iglesia hacia los homosexuales, la familia y el papel del Estado secular. Esta postura del Papa se remontaría incluso a sus años como arzobispo de Buenos Aires.

La homofobia en México no es cosa menor. A pesar de estar sancionada por nuestro sistema legal, está extendida. Son prácticas de discriminación y de violación de los derechos humanos. En la homofobia se mezclan el miedo, la segregación y la agresión irracional a personas homosexuales o aquellas que lo parecen. A pesar de que las leyes lo rechazan, son prácticas de rechazo, discriminación, ridiculización y otras formas de violencia, que en casos extremos producen los llamados crímenes de odio. Observatorio LGBT+ registra 209 asesinatos desde 2014, y en 2020 suman 25 de aversión homofóbica. En México, organizaciones de la Iglesia católica rozan la línea de la discriminación por preferencias sexuales distintas. Históricamente, las encoramos en la remota Liga Mexicana de la Decencia, agrupación católica encargada de tutelar los valores morales tradicionales de México. Una organización respaldada por el clero, con ascendencia en la Secretaría de Educación Pública, tuvo su auge en la década de 1940. Y más cuando doña Soledad Orozco de Ávila Camacho, la primera dama, encabezó censuras tanto para películas, boleros de Agustín Lara, espectáculos de la bailarina Yolanda Montes, Tongolele, los vestidos entallados de la cantante María Victoria y toda forma de amaneramientos en el cine, teatros, carpas y radio; así como hostigamiento hacia personajes como Frida Kahlo por su forma de beber y bisexualiad que eran malos ejemplos para la sociedad. Todavía en el decenio de 1960 Pablo González Casanova registraba el activismo católico en su clásico libro La democracia en México. El atavismo católico por preservar los valores del México semirrural, expresadas en campañas contra la profanación de las costumbres.

En la actualidad, el ejemplo más cercano de dicha discriminación son las multitudinarias manifestaciones, se escenificaron en septiembre de 2016 contra los matrimonios igualitarios. Decenas de organizaciones católicas se plegaron al Frente Nacional por la Familia y en diversas marchas se pudo observar la presencia de algunos obispos.

En el lenguaje homófobo de la Iglesia destacan muchos personajes y ejemplos. Sólo recordamos algunas perlas de intolerancia que rayan en la vulgaridad. Como las del cardenal de Guadalajara, Juan Sandoval, quien calificó a los homosexuales como mariquitas. Además dijo: ¿A ustedes les gustaría que los adopte una pareja de maricones o lesbianas? Su discípulo predilecto, Emilio González Márquez, entonces gobernador, declaró: A mí las uniones gay, todavía no les he perdido el asquito. El cardenal Norberto Rivera en homilía en la Catedral sentenció: “Las uniones de facto o legaloides de personas del mismo sexo son intrínsecamente inmorales … son aberrantes”. Cuánta distancia existe con el llamado al respeto que hoy procura el Papa.

Sobre el posicionamiento inédito de Francisco, los voceros eclesiales se han esforzado por achacar a los medios interpretaciones sesgadas; sostienen que nada ha cambiado y la doctrina de la Iglesia permanece inalterada. El concepto cambio pareciera peligroso, como señala atinadamente en su portal Raúl Arderi García: El cambio se ha convertido en vocablo impronunciable para la mentalidad católica, como si fuera automáticamente sinónimo de herejía. Un análisis más pausado de la historia nos muestra que no todo cambio ha significado una traición al evangelio, sino que muchas transformaciones en la Iglesia han sido signos de vitalidad y fuentes de renovación.

De no ser así seguiríamos pensando que la Tierra es plana, que no gira alrededor del Sol y que es el centro del universo. Dónde quedaron las diatribas antimodernas del Syllabus de 1864 contra la democracia, la libertad de expresión y la libertad de pensamiento.

El tema de fondo no es la distinción entre unión civil, matrimonio religioso ni matrimonio secular. Es el cambio de paradigma que la Iglesia debe promover hacia una nueva comprensión de la mujer, los divorciados vueltos a casar, el celibato y, claro, la homosexualidad. Desprenderse de las hipocresías que acusa Frédéric Martel en su libro Sodoma. Ahí revela que 80 por ciento de la curia romana es homosexual. Y su tesis es la siguiente: entre más homófobo es el clérigo, más homosexual es en realidad.

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