Fin de la Jornada Nacional de la Sana Distancia

Por Ernesto Camou

— El próximo lunes espero despertar como de costumbre, alrededor de las 6:00 de la mañana; un poco antes si percibo el alba a las 5:00; un poco más tarde si alguna nube me engaña y concede una horita más de sueño.

Será el inicio de la semana, pero como de estas que recién estamos viviendo: Tiempos de encierro y precauciones. Ya nos resulta difícil saber en qué día estamos, el fin de semana se nos pasa desapercibido; y los viernes, ya ni el cuerpo lo sabe ni lo registra como distinto.

Pero ese primer día de junio termina oficialmente el aislamiento. Es una decisión por lo menos equívoca: Se llega a la fase final de una emergencia por el Covid, pero no se termina la contingencia. En realidad no se levanta la recomendación de quedarse en casa y guardar un prudente alejamiento con los que nos rodeen: El riesgo permanece, a pesar de que, dicen, irá disminuyendo en las siguientes semanas.

Para mí será un día más de esta ya larga cuarentena: Me haré un café y pondré un poco de música, me gusta empezar el día con coros clásicos o cantos gregorianos; mis hijas alucinan, pero ya se han acostumbrado a escuchar, con la salida del sol, a ancestrales coros de monjes entonando su canto llano, sencillo y tranquilizador. Ya después elijo otras canciones y otras melodías, pero trato de que siempre me acompañe alguna música.

A su tiempo llegarán las hijas y mi compañera de vida y desvelos, buscando un aromático y un rato de plática matutina. Esos momentos son un respiro, y esta oportunidad de convivir y reconocernos es un obsequio de la pandemia. Y no va a cambiar: Nosotros seguiremos en régimen de cuidados intensivos pero muy serenos. Y eventualmente saldremos del confinamiento los mismos pero, en algún sentido, muy otros, conscientes de haber vivido una experiencia que ninguna generación anterior había experimentado: La de sentirnos y saber nos interconectados en una vigilia unánime y mundial, provocada por un minúsculo virus, necio y socarrón, que nos tiene en vilo, por todo el vasto globo terráqueo.

Las epidemias han sido frecuentes en la historia, han asolado grandes regiones y provocado muertes y terror con cierta regularidad. Pero la “peste”, la “plaga bubónica” y otras, nunca han tenido una escala global, como ahora. La actual es menos mortífera, pero más invasiva. Y esa aparente benevolencia es su arma secreta: Muchos sentirán leve molestia, o nada en absoluto, y pueden contagiar a otros con menos defensas o mayor edad, que sí sentirán los rigores de la enfermedad. Por eso, nosotros preferimos mantener el aislamiento.

Una razón de peso para terminar la jornada es la económica: Se supone que sólo algunas industrias importantes comenzarán actividades, con la obligación de mantener estrictas medidas de distancia y sanidad. Sin embargo, hay muchos que no han trabajado desde mediados de marzo y ya les resulta muy complicado tener lo suficiente para el sustento cotidiano. Y numerosas empresas, sobre todo pequeñas y medianas, han sufrido en estos meses de paro forzado. Se debe buscar una manera de reactivar la producción y el comercio, y dar trabajo y salario, a muchos que poco han percibido estas semanas.

Se debe insistir en que no es un relajamiento de los cuidados: Se trata sólo de dar un respiro económico urgente, pero no se pueden disminuir las precauciones: La sana distancia debe continuar, y la atención extrema a gente con enfermedades crónicas y a los adultos mayores seguirá vigente. En realidad, aquellos que puedan perseverar en un sano encierro por unas semanas más, deben procurar hacerlo. Más vale ser precavidos.

El lunes será como cualquier otro día reciente: Seguiremos enclaustrados, trabajaremos a distancia, cocinaremos en común y nos sentaremos a la mesa para agradecer la convivencia, la sensatez y el buen humor que todavía mantenemos; ya luego, a su tiempo, festejaremos.

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