De la vitalidad de la escritura

[Reseña del libro Jugaré contigo, de Maritza Buendía]

Por Guadalupe Ángeles

…la crítica literaria no consiste en que un hombre juzgue a otro (¿quién te ha dado este derecho?), sino que es un encuentro de dos personalidades con derechos exactamente iguales.

     Por lo tanto: no juzgues. Describe únicamente tus reacciones. Nunca escribas del autor o de la obra, sino de ti mismo en confrontación con la obra o con el autor. De ti sí puedes escribir.

     Pero, al escribir sobre ti mismo, escribe de manera que tu persona cobre importancia y vida, que se convierta en tu argumento decisivo. No escribas, pues, como un seudocientífico, sino como un artista. La crítica debe ser tan intensa y vibrante como lo que toca, de lo contario no será más que el escape del gas de un globo, el degollamiento de un cuchillo embotado, la descomposición, la anatomía, la tumba.”

Witold Gombrowicz [Diario 1. Página 140]

Cuando algo así sucede, me refiero a la conmoción causada a varios (¿o deberé decir “varias”?), tras la lectura del primer capítulo —la cual, confieso, no comparto—, dan ganas de ponerse a contar intimidades, sin embargo, dejando de lado esa, tal vez, natural propensión a compartir confidencias cuando alguien se acerca a contarnos cosas sexualmente explícitas, recuerdo que estoy frente a un libro erótico sin capacidad de escucha, pero también confirmo la certeza de que los libros se convierten en amigos, y eso sucedió, al menos a mí, al entrar en contacto con estos renglones tan llenos de vida, y sorprende como si hubiéramos olvidado que eso es un libro: un contenedor de vidas vividas entre palabras, que la magia de un libro es hacer vivir con la vida que cuenta, tal como un buen blues nos recuerda la sensualidad que todos disfrutamos y no todos  pueden manifestar de viva voz pero, estoy a punto de asegurarlo, todos, al recordarla, la vivimos como una sensación corporal perfectamente identificable. Vienen a mi mente imágenes que van más allá (o están al lado de) las que invoca constantemente la autora con un cuidado de fotógrafo experto, de dibujante en pleno uso de su talento “dios de su propio sueño”, colocándose justo en el punto exacto donde se ha de tener una perspectiva mejor de esa imagen o suceso que decide recortar del gran fresco que, a falta de mejor nombre, llamamos realidad, para mostrarlo con sus contornos exactamente definidos, tomados de un  mundo que sólo así es que puede ser contemplado por el ojo humano, somos incapaces, casi siempre, de mirar de otra manera, y quienes (escritores así de hábiles) logran mirar desde perspectivas que se alejan de la cotidiana, nos recuerdan que la vida es como un gran caleidoscopio, sólo necesitamos dar un golpe de muñeca para ver múltiples imágenes hechas con las mismas piedras preciosas guardadas en ese cilindro, y confieso aquí, las metáforas fáciles se desprenden de estos últimos renglones, porque no acababa de entender por qué tenía que haber muñecas en el libro de Maritza Buendía, pero en esta metáfora simple quizá esté la respuesta: un sencillo movimiento de la muñeca permite a la mano pasar del reposo a una dulce danza, hace un pacto también sumamente limpio con las piedras preciosas ocultas dentro del cilindro (no hay dioses que me libren de las semejanzas en estas pocas líneas), de modo entonces que me someto como bajo la caricia de una lengua sabia y vengo a decirles que “Jugaré contigo” –la novela de Maritza Buendía que aquí comento–, es lo que cada quien desee, porque es un texto generoso, polivalente, hecho con rigor admirable, porque no se le notan las costuras, porque diseña, no un solo juego de espejos, de forma impecable para, de manera clara, hacernos ver lo que quiere decir y  es también lo que muchos quisiéramos explicar si nos fuera dado hablar sin juicios de por medio, sin máscaras; de ahí su genialidad, su pertinencia, porque la literatura también es un laboratorio de sensaciones, una puesta en escena de lo más secreto que se oculta, a veces, sólo en el pensamiento, a veces en memoria y cuerpo; es, en fin, una extraña forma de amor, esa forma que nos recuerda, magistralmente que: “El amor es la voluntad que sirve para rendirse a la voluntad de otro”.

Pudiera terminar aquí pero no desearía hacerlo sin antes expresar la sensación que me provocó este libro al entenderlo como un hecho social y no únicamente un hecho literario. Es verdad que estamos lejos de los tiempos en los que a la mujer le era vedado escribir sobre su propio cuerpo y sus sensaciones, es posible que sean pocos ya los que se escandalicen cuando una mujer habla de asuntos sexuales, sin embargo, en nuestro país este hecho aún incomoda y probablemente no sea en sí el tema, sino la manera de tratarlo, la voluntad que se respira en la novela de ir más allá de planteamientos puramente morales, pues siento que se asume como la cámara de cine: observa, describe, no juzga; es esa clara intención la característica de esta novela que más me interesa, pues da carta de residencia a una autora mexicana joven en esa extraña patria de la literatura sin adjetivos, en ese lugar donde sólo tiene cabida la inteligencia que permite la verosimilitud de una obra dentro de las reglas que crea para sí misma, siento que la autora hizo una demarcación de su territorio, dibujó el mapa preciso para el universo que creara en su novela y fue fiel a sus propios límites y esa precisión matemática es la que nos muestra ese mundo donde una voz femenina habla con libertad del placer sexual, tal cual, sin eufemismos ni máscaras pretendidamente seductoras.

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