Camou: “Abriendo la Gloria”

Por Ernesto Camou Healy

Hoy es Sábado de Gloria, preludio del Domingo de Resurrección, la fiesta más importante del calendario litúrgico católico. En nuestra tierra y costumbres es el punto final de la celebración de la Cuaresma yaqui, que inició cuando las bandas de fariseos comenzaron a invadir pueblos, barrios y ciudades para crear un clima de ansiedad y expectativa, por el suceso primordial que se revivirá en la Semana Santa. 

Desde el Miércoles de Ceniza los fariseos han bailado y hecho penitencia por 40 días. Poco a poco han ido tomando conciencia de su misión: Ayudar a apresar a Jesús y llevarlo a su Pasión. El Jueves Santo pasado al anochecer lograron hacerse con la efigie de Cristo para que fuera juzgado y condenado a la crucifixión. Luego intervinieron las mujeres y los niños y niñas de la comunidad que lograron recuperar la imagen y la resguardaron en el templo para esperar la Gloria.

Eso ha exasperado a los chapayecas que durante la noche han amagado constantemente con atacar la iglesia y rescatar el “cuerpo” de Jesús. Por la mañana del sábado se organizan y comienza la batalla: Tres veces se lanzan contra las puertas de la iglesia y tres veces resultan vencidos cuando las mujeres y los niños los repelen arrojándoles flores hasta que desisten de su intento. Hay que subrayar la eficacia simbólica de las flores, la mejor arma contra las turbas desbocadas son los ramilletes floridos, sólo con delicadeza y amor se consigue la victoria, afirman.

Para entonces el pueblo yaqui, sus mujeres y niños, ha ganado la batalla y permiten que la figura abandone el templo, salga de su sepulcro simbólico, y se muestre vivo. Mientras tanto los atacantes, para finalizar a su larguísimo ritual, dan varias vueltas al solar mientras el público les azota las piernas con varas o látigos de tela. Al terminar se despojan de sus mascarones, dejan de lado su identidad tenebrosa, hacen una enorme pira y queman sus máscaras. Para ellos y el mundo todo, se abre la Gloria y se festeja la Resurrección.

Algunas veces he podido asistir a estos rituales de los yoreme; siempre me conmueven y agradezco su perseverancia para mantener viva su cultura y su historia, que es también nuestra: Están conservando, y construyendo, su identidad que es parte de la nuestra. Sin embargo, cada vez soy más reacio a las multitudes, ya no me cuezo al primer hervor y he preferido pasar estos días tranquilo y aislado, dedicado a la convivencia familiar, la lectura y alguna buena película.

Por fin puede ver Ruido, de Natalia Beristain, con la extraordinaria actriz Julieta Egurrola. Se trata de una conmovedora búsqueda, por parte de su madre, de una chica desaparecida en algún recoveco de nuestro País, una de miles que son raptadas, asesinadas, abusadas y aniquiladas por su condición femenina, en un país donde resulta peligroso ser mujer y ser joven. Julia, el personaje de Egurrola, comienza una pesquisa para localizar a su hija que lleva nueve meses perdida.

Recorre el País y encuentra a muchas mujeres que llevan ya 10 o doce años reclamando la aparición de sus hijas o hermanas. Va encontrando que no está sola, y que su angustia tiene una historia y una trama que se enraízan en un machismo ancestral y una red criminal para la cual las mujeres son desechables. La acompaña y ayuda una joven periodista, Abril Escobedo, la actriz Tere Gil, en una clara referencia a Marisela Escobedo, la activista asesinada en Chihuahua en 2008 por exigir justicia por el asesinato de su hija. 

Beristain relata y denuncia una tragedia colectiva nacional que no parece tener fin; pero documenta también el trabajo y la esperanza de los grupos de buscadoras que no cejan y que, en la demanda por sus muertas reafirman la vida y crecen como colectividad solidaria y como mujeres libres, maduras y decididas. Están abriendo la Gloria.

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