El frío espejo

Por Jesús Chávez Marín.

La cantante Filomena era toda una diva y tenía una voz más o menos afinada, pero estaba bien dañada del cerebro. Una vez a las cuatro de la mañana me habló para decirme:

—Belisario, te marqué para despedirme porque ahora sí me voy definitivamente; ya tengo todo listo para suicidarme. Ni tú ni nadie podrán impedirlo. Ya estoy cansada de esta ciudad de palurdos y palurdas que no saben apreciar el arte de mi voz, ni la sensibilidad de mi corazón. Adiós para siempre —y colgó.

Le dije a mi esposa:

—Era Filomena, me dijo que se va a suicidar. Perdona que te haya despertado a estas horas con la llamada, pero no me dio tiempo de contestar allá en la cocina, procuré hablar quedito, pero veo que ya te volé el sueño.

—No hay bronca, mi amor, ya estoy acostumbrada a los excesos de tus amigos intelectuales. ¿Y qué piensas hacer? —me contestó ella muy linda, entre dormida y despierta.

—Ni idea, no se me ocurre nada. Por un lado, muy bien puede ser otro de los ataques histéricos de Filomena; y por el otro, si se mata me voy a sentir muy culpable de no haberla podido ayudar —le dije, como pensando para mí mismo.

—Pues vete a su casa, quien quita y llegues a tiempo de salvarle la vida; acuérdate de lo que dicen los psicólogos, que ese tipo de anuncios siempre tienen algo de cierto y son como gritos pidiendo ayuda.

Ella tenía razón, así que me espabilé de las últimas redes del sueño, me vestí de prisa y salí al aire heladísimo de diciembre a calentar el carro, que por suerte arrancó a la primera. Mientras se calentaba el motor, tuve que quitarle del parabrisas una capa de escarcha que ya se había hecho hielo en la helada madrugada.

Manejé con cierta prisa y con creciente angustia por el aviso de mi amiga; al principio no lo había tomado muy en serio porque conocía los accesos de su personalidad intensa e inmadura, pero el comentario de mi esposa hizo que me preocupara de veras, y allí me tienes, capoteando el frío del crudo invierno en pleno diciembre rumbo a la colonia Las Granjas donde vivía la suicida, para impedir que lo fuera en verdad.

Al llegar toqué la puerta y timbré, nadie me abrió. Sin embargo, se oían algunos ruidos adentro. Pensé: ya se está dando en la madre y no quiere que la interrumpa.

Toqué más fuerte, y todavía más; creo que me oyeron todos los vecinos de la cuadra, pero ella no abría. Entonces caminé hacia la parte de atrás de la casa y me brinqué por el patio para ver si podía entrar por la puerta de la cocina. Luego de tocar por la entrada de servicio, y de que tampoco me hizo caso, tuve que forzar la puerta para entrar como si fuera un ladrón; la imaginé apresurada en colgarse o en consumir puños de pastillas ansiolíticas para irse de este mundo, pero la hallé en la sala redactando en una máquina de escribir su nota de suicida. Sin voltear a verme, dijo:

—No voy a poder atenderte, Quiroga, estoy escribiendo mi carta de despedida y me está quedando genial, ya llevo tres borradores: no cabe duda de que soy chingona para todo.

Me quedé de a seis: esperaba hallarla en pleno drama empuñando una pistola, o haciendo el nudo corredizo en una soga, o cortándose las venas en la regadera, pero solo vi a la vanidosa de mi amiga arrobada en el espejo de su arrogancia, como siempre, como la vulgar Narcisa que es.

—¿Cómo que no me vas a atender, Filomena? Si no vengo a que me atiendas, vine porque me llamaste a las cuatro de la mañana para decirme que te ibas a suicidar, y si me hablaste tan desesperada es porque pedías mi ayuda, y ahora me sales que estás ocupada y que no me puedes atender —le dije furioso y entelerido.

—Perdona, no te escuché nada, ya ves que cuando me inspiro solo estoy concentrada en producir, y este escrito me está saliendo genial, hasta lo voy a publicar —me contestó con ese tonito mamón que la caracteriza.

—¿Entonces no te vas a suicidar? —le pregunté ya francamente con una ironía grosera, de la cual ella no se dio por enterada.

—Ay, no sé. Y te suplico que no me interrumpas más.

Muy apenas conseguí callarme un ¡chinga tu madre!; salí por la puerta de enfrente hacia la noche helada y regresé a mi casa.

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2 thoughts on “El frío espejo

  1. Buenas tardes…
    Un saludo escritor…
    Tengo dos observaciones en este escrito…
    Cuando habla del frío de diciembre, dice en peno en vez de en pleno…
    La otra se refiere al recordatorio familiar, en donde la expresión tu madre aparece como tú madre…
    Saludos…

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