Chico Che en campaña

Por Francisco Ortiz Pinchetti

Hace rato que Andrés Manuel está en plena campaña para 2024. El resultado de los comicios presidenciales de ese año le es crucial, y no como manejan sus discípulos para “la continuidad de su proyecto transformador”. No: le es crucial personalmente para tener un futuro a salvo de las acusaciones que sin duda lloverán en su contra en caso de perder Morena las elecciones. Sabe que un descalabro en tal contienda puede costarle hasta ir a la cárcel. Y por eso necesita de alguien de toda su confianza que le cubra las espaldas.

Sabe que esa posibilidad, por supuesto, pasa por el cumplimiento de sus promesas de campaña y en particular de sus proyectos prioritarios, a como dé lugar. Por eso inaugura un aeropuerto sin vuelos, una refinería que no refina y pretende terminar el Tren Maya, aunque sea atropellando el medio ambiente, antes de las elecciones del 2024.

Y sabe también que el no ser él quien esté en la boleta dificulta enormemente sus planes de tener una salvaguarda. Por eso su afán ya desbordado –enloquecido, parece a veces– de estar en la boleta… sin estarlo. Es ese es el sentido de sus acciones, encaminadas cada vez más claramente hacia una polarización todavía mayor de la sociedad. Esa es su estrategia electoral. Tiene que poner a los electores en la disyuntiva de votar por él o contra él, confiado claramente en su todavía muy alta popularidad y sea quien sea su candidato.

Me parece que en ese contexto se inscriben sus escándalos de los últimos días. Sus descalificaciones cada día son más burdas. Cualquiera que piense distinto es   un “adversario”. Los opositores al ecocidio en la construcción del Tren Maya son “seudoambientalistas” y corruptos. Cualquier crítico está al servicio de “los intereses de la oligarquía”. Todos los que no están con él son los que anhelan el regreso al pasado, al dispendio, a la corrupción. Acusa de “complot” y “mano negra” cualquier manifestación opositora.

Recurre así desesperadamente a la provocación, machacona y a menudo ofensiva o difamatoria. Busca la confrontación, que hábilmente disfraza de polémica. Llega a aberraciones jurídicas del tamaño de romper el amparo definitivo de un juez para continuar la construcción del ferrocarril en la selva de Quintana Roo. Viola flagrantemente la ley de Seguridad Nacional al decretar sin decreto tal carácter a esa obra ferroviaria. Cae en ambigüedades y contradicciones ante la captura en Sinaloa del narcotraficante Rafael Caro Quintero y el desplome ese mismo día de un helicóptero que costó la vida a 14 marinos. Manda investigar al juez Ramón Lozano Bernal, y así lo dice, porque falló a favor de la empresa española Iberdrola en el pago de una multa. Pisotea, en suma, el Estado de Derecho.

Y recurre de nuevo al ardid nacionalista, ahora para evadir las acusaciones de los socios comerciales de México por diversas violaciones al T-MEC. Tanto Estados Unidos como Canadá denuncian que la política energética de López Obrador viola al menos cuatro artículos del Tratado y solicitan consultas de resolución de disputas en el marco del Tratado. El tema, advierten los especialistas, puede traer muy graves consecuencias para nuestro país, como la imposición de aranceles a las exportaciones mexicanas.

Ante eso, el Presidente mexicano acude a la valentonada: dice no se va a dejar y que defenderá a México. “Si es una sanción de tipo político, nos vamos a defender”, advierte. “Yo tengo indicios que esto tiene que ver con los intereses creados porque se dedicaban a saquear a México y como se les puso un alto, empezaron a hacer trabajo en Estados Unidos y logran esto, pero si no hay razón, nosotros no vamos a quedarnos con los brazos cruzados”.

Alude por supuesto a la soberanía nacional, al derecho inalienable de nuestro país sobre los hidrocarburos. “Las políticas las definimos en México”, advierte, retador. “Nosotros no vamos a poner en negociación el dominio de México sobre el petróleo…”

Y de plano se burla de nuestros dos socios en su conferencia de prensa matutina, donde pide que pongan la guapachosa canción Uy qué miedo, que de inmediato resuena en el Salón Tesorería de Palacio Nacional.

Y Chico Che ya está en la campaña.

Francisco José Hernández Mandujano, que así se llamaba, tabasqueño como él, tuvo por cierto su auge en los años en que Andrés Manuel iniciaba su carrera política en el PRI, allá por los ochentas. “Chico” por Francisco y “Che” por José, como son los hipocorísticos usuales en Tabasco, amalgamó la cumbia con el merengue para producir canciones de música tropical muy populares, pegajosas, sabrosas para el baile.

Chico Che cobró celebridad también por su indumentaria, compuesta por el overol, la camisa floreada y los lentes oscuros. En 1968 formó el grupo La Crisis, con el que grabó más de 40 discos, varios de los cuales obtuvieron preseas nacionales y aun internacionales por ventas.

Entre las canciones que compuso ya cerca de su muerte, acaecida en 1989, estuvo precisamente Uy, qué miedo, que resultó uno de sus mayores éxitos.

 Que vienes de otro planeta solo para vigilarnos

Uy qué miedo, mira como estoy temblando

Mira como tiemblo, que bailar casi no puedo

Uy qué miedo, mira como estoy temblando

Y sí: ¡mira cómo estoy temblando! Válgame.

DE LA LIBRE-TA

SOSPECHOSISMO. Pura casualidad es el hecho que los únicos diez inculpados hasta ahora –ocho de los cuales fueron vinculados y a proceso hace dos días– por el desplome de la Línea 12 del Metro hace más de un año, sean ex funcionarios de la administración de Marcelo Ebrard Casaubón como jefe de Gobierno del entonces Distrito Federal (2006-2012), cuando se construyó esa ruta. Se evade así el tema de la falta de mantenimiento que se maneja también como causal de la tragedia en el dictamen de la empresa noruega DNV, contratada por el propio gobierno capitalino, que involucraría forzosamente a la actual administración encabezada por Claudia Sheinbaum Pardo. Nada que ocultar, por supuesto.

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