Por Víctor M. Quintana S.
No pretendo, ni con mucho hacerla de crítico literario. Lo que a continuación comparto no es más que la experiencia personal que tuve al leer las dos partes de la novela-autobiografía de Elena Poniatowska, El amante polaco (Seix Barral).
Se trata de un entrañable relato –doble relato– en el que Elenita, por una parte, narra el recorrido de Stanilslaw Poniatowsky, rey de Polonia, desde su infancia, su formación dentro de la Filosofía de las Luces, su paso por la corte de Rusia, donde se hace amante de la zarina Catalina la Grande, su elección –pues era un cargo electivo– como rey de las Dos Naciones, Polonia y Lituania, su importante obra como monarca, y la desgracia de su patria, que sufre tres particiones, antes de desaparecer como Estado polaco independiente en 1916, y su muerte, medio exiliado, medio prisionero de lujo, en San Petersburgo.
A pesar de que el relato de este rey en la segunda parte adquiere dimensiones de tragedia griega, precipitada por la ambición de los tres poderosos y codiciosos vecinos de Polonia: Rusia, Prusia y Austria y por las fallas de carácter del propio Stanislaw, la narración del gran acontecer político
en ningún momento pierde la visión de intimidad, del impacto de este acontecer en la persona del rey y del conjunto de sus relaciones.
¿Qué es lo que une a Elena Poniatowska con su ancestro Stanislaw, nacido exactamente 200 años antes que ella? Ciertamente la sangre y el apellido –que Elena retoma sin ningún afán genealogista– recordando que Monsiváis se reía de ello. Pero, sobre todo, el amor a su pueblo, surgido y expresado de maneras diferentes, pero siempre como divisa de una vida. La pasión por las letras: Stanislaw comenzó a escribir sus memorias 60 años antes de su muerte, Elena comienza a escribir como reportera en 1954. También los enlaza a uno y a otra una gran pasión por compartir los saberes, las artes, con la gente más despreciada, más pobre, como medio necesario para la dignificación de sus condiciones de vida. Además de una confianza total en las personas, a pesar de las mezquindades, a pesar de las vejaciones, a pesar de las traiciones que puedan sufrir, Poniatowsky y Poniatowska le apuestan a que lo mejor de cada una, de cada uno, puede prevalecer.
Alternada con la vida del rey de Polonia, Elena va contando sin aspavientos, con una modesta y entrañable maestría, los hechos, los recuerdos de su vida. Desde aquellos años en que todo era felicidad e ilusión hasta el momento de su repentino y doloroso despertar, de la traición a la confianza que ella brindaba sin reservas. Traición violenta que a pesar de todo no la hace perder su fe en las personas ni amarga su carácter y visión sobre la vida.
No por realizarse en el ámbito del gran acontecer político, la historia personal que nos comparte Elena es ajena a éste, sino crecientemente imbricada y comprometida con su pueblo. Ni su árbol genealógico, ni su infancia parisina, ni sus parentescos o amistades de las élites nublan su sencillo, cotidiano, disfrutable contacto con la gente sencilla, como Martina, con los zapatistas, con los estudiantes de Ayotzinapa, con las víctimas del terremoto de 1985. A todos ellos los escucha, les aprende, les da voz.
Conmueve la forma de narrar de Elenita. Narra desde el corazón de las personas y de los pueblos, desde muy dentro, desde abajo, aunque cuente la vida de los de arriba. Sus palabras, sus eternas compañeras, no apabullan, ni imponen; invitan, convocan, sonríen. Destilan la gran sensibilidad e inteligencia de quien sabe decir bella y sencillamente lo muy complejo, lo muy profundo, lo muy difícil. Elena no es el narrador omnisciente, es la mujer que siente y que piensa y que escribe, la que nos comparte de manera genial como escritora, pero también como hija, como madre, como esposa, como abuela, como persona comprometida con su familia, con sus amistades, con su pueblo y con su tiempo
Esto es literatura o periodismo comprometidos. Comprometidos, sí, con lo que los oprimidos, ya sean personas, comunidades o países, sufren o han sufrido, pero también con lo que ella como escritora cree, ama, sueña, y por lo que lucha.
Poniatowsky, con todo el amor a su pueblo no pudo evitar la desaparición política de su patria por un siglo y cuarto. La suya fue una lucha sin esperanza, más ahora que parte de su antiguo reino es de nuevo presa de invasiones, lucha de élites, de macropoderes que siempre machacan a los oprimidos. Poniatowska, al compartirnos su vida, incluyendo lo más dramático de ella, las tragedias, pero también las diferentes luchas de su pueblo, desde abajo, desde lo íntimo, nos comparte también esa esperanza que por fin sus voces y sus miradas advierten en el horizonte.
Gracias, Elenita.