Revocación

Por Ernesto Camou Healy

Mañana domingo 10 de abril podremos asistir a las urnas para evaluar el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador y fijar nuestra posición sobre su desempeño. Se trata de la votación, inédita en México, para decidir si se le desautoriza el mandato y se le conmina a dejar el puesto, o se le permite terminar el periodo para el que fue electo.

La posibilidad legal de que los electores expresen su opinión sobre el desempeño de un gobernante es un logro extraordinario en un país que tiene una larga historia de presidencialismo. Nada más hay que imaginar qué hubiera sucedido si hace 54 años hubiéramos podido censurar el mandato de Gustavo Díaz Ordaz después de la matanza de Tlaltelolco, o el de Echeverría durante la guerra sucia, o el de López Portillo y su desatinada gestión de las finanzas públicas.

Si la amenaza de revocación del mandato hubiera estado vigente en el 2012, probablemente aquel PRI hubiera intentado designar un candidato no tan frívolo y quizá un poco menos inepto que Enrique Peña Nieto. Lo mismo puede pensarse sobre el desatinado gobierno de Felipe Calderón que, haiga sido como haiga sido, enfrentó a la delincuencia sin una estrategia adecuada y removió un avispero que todavía no se logra controlar.

Porque la revocación del mandato es un mecanismo constitucional para que los mexicanos expresemos nuestra opinión sobre la gestión de un funcionario, decidamos si está haciendo bien la tarea, o si de plano se ha mostrado incapaz o incluso mal intencionado en su cargo. No es un ejercicio de frivolidad, resulta más bien una posible corrección para una incapacidad política o administrativa. En teoría la amenaza de utilizar el mecanismo puede apremiar a un mandatario a corregir el rumbo y mostrarse más cuidadoso y sensible con los electores.

En los regímenes parlamentarios sucede con frecuencia que los ciudadanos vayan a las urnas anticipadamente y voten por la continuidad o defenestración del primer ministro y su gabinete. Eso sucede en Inglaterra o Italia y mueve a partidos y funcionarios a ser más sensibles, cuidadosos y responsables con quienes los eligieron. Si el voto expresa una falta de confianza de la población, tiene poco sentido que continúen gobernando: Se van y otro partido, con otros personajes, forma nuevo Gobierno.

En México esta consulta ciudadana puede obligar a la renuncia del jefe de Estado si participa en el ejercicio al menos un 40% del padrón electoral, y la mitad más uno de los votos expresa la voluntad de negar el refrendo del mandato. AMLO debería renunciar si acuden a las urnas suficientes electores y explícitamente censuran su Gobierno. Resulta muy difícil que eso suceda, es cierto, pero la posibilidad de que el mecanismo revocatorio tenga lugar en el futuro, es un arma inestimable para una ciudadanía que debe estar pendiente del trabajo de los oficiales que eligió.

La campaña de rumores y mentiras que algunos sectores han desatado en contra del ejercicio es un intento de dar marcha atrás a un proceso de formación de ciudadanos conscientes y responsables que se ha ido construyendo, con dificultades, desde hace varias décadas. Es válido no estar de acuerdo con el Gobierno actual, y también realizar trabajo político serio y responsable para sustituirlo, pero mentir, calumniar, asustar con petates de muerto grotescos y engañar a la población para nulificar un ejercicio que probablemente no les será favorable, resulta anti democrático y socialmente regresivo: Es afirmar que el voto sólo es válido si apoya mis propuestas y mis intereses… Peor aún: Implica que el ciudadano sólo puede apuntalar una determinada causa o facción, y no le corresponde alzar la voz en favor de lo que se contraponga a las predilecciones de esa vociferante camarilla.

La posibilidad de revocación del mandato será útil para corregir rumbos y desautorizar malos gobiernos. Condenarla ahora, antes de empezar a utilizarla, parece expresar una añoranza de regímenes arbitrarios y sin vigilancia ciudadana.

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