El sapo

Por Jesús Chávez Marín

Un hombre estaba dormido cerca del arroyo, cuando un sapo se le metió en la boca abierta. Despertó desesperado. No alcanzaba respiración y sentía el viscoso cuerpo del animal ahogándosele en la garganta, pataleando con violencia, casi le rasgaba el cuello por dentro.

Trataba de arrojarlo, pero el sapo, al sentirse oprimido, intentaba avanzar hacia delante. El hombre corría de un lado a otro sin poder gritar, se convulsionaba tratando de jalar aire, pero no podía, a pesar de la fuerza con que su nariz se plegaba sobre sí misma. Hubiera muerto, de no ser porque, para su buena suerte, llegó un vecino suyo a quien le llamaban Mano Chiquita.

El Mano Chiquita le salvó la vida.

Primero lo tiró al suelo con un golpe en la espalda, luego lo sujetó del pelo y le levantó la cabeza, le abrió la boca lo más que pudo y metió sus pequeños, sus delicados dedos, hasta el fondo de la garganta. La pequeña mano cabía entera. Atrapó al sapo y lo jaló con mucho cuidado.

El animal salió vivo. Aquel ya casi se había desmayado, pero entonces alcanzó a respirar, jadeando, bocanadas de angustia y aire; casi a gritos inflaba y desinflaba todo el cuerpo y así estuvo largo tiempo, hasta que se fue calmando poco a poco mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.

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