El regreso del beis

Por Francisco Ortiz Pinchetti

— He escuchado o leído a varios amigos y colegas que han dicho o escrito, con cierta sorna, que en lo único que coinciden con Andrés Manuel es en su afición por el beisbol. No es mi caso. Y les voy a contar porqué.

Para mí, efectivamente, el deporte de los bates y las manoplas ha sido a lo largo de mi vida una pasión. Por eso festejo que este jueves 19 se haya inaugurado la temporada 2021 de la Liga Mexicana de Beisbol, con 18 equipos, luego de la suspensión obligada por la pandemia que nos dejó en ayuno beisbolero desde el otoño del 2019.

Otra buena noticia es que por fin el beis volverá a transmitirse por televisión, aunque sea los fines de semana, a través del Canal Once, y de manera digital en la plataforma de TV Azteca, los jueves. Quizá eso le devuelva aunque sea de manera tardía su importancia como espectáculo inigualable.

He contado en este espacio que soy aficionado al béisbol desde 1955, justo el año inaugural del parque del Seguro Social y de los Tigres de México. Fue mi hermano José Agustín, hoy Fiscal Especial para Delitos Electorales, quien me llevó a un juego de estrellas entre peloteros mexicanos y extranjeros. El impacto de aquel escenario nocturno profusamente iluminado, atiborrado de aficionados, con ese esmeralda del pasto y ese dorado del diamante, fue algo que me ha durado toda la vida.

Por supuesto, como mi querido carnal mayor, desde ese mismo momento fui tigrista y durante muchos años seguí con demencial pasión al equipo felino, como le decían los cronistas. Cuando jugaban los Tigres y no podía acudir al estadio, invariablemente escuchaba la transmisión de los partidos por la XEX en el 730 del cuadrante y coleccionaba recortes de periódico de todos sus partidos.

También practiqué béisbol, aunque nunca de manera organizada en alguna liga seria. Empecé a jugar con mis primos y otros chamacos en plena calle, la de Arquímedes, en Polanco, o en los campos de beis de la Cervecería Modelo, entre olor a malta y aguas negras, junto al río San Joaquín.

Y alguna vez participé en un equipo más formal que tenía al menos su manager. Cada viernes comprábamos La Afición para buscar en listas enormes el campo y la hora de nuestro partido semanal, que casi siempre se efectuaba en los campos de béisbol del Sindicato de Tranviarios, por los rumbos de San Andrés Tetepilco… donde hasta hace unos años, por cierto, jugaba Andrés Manuel con sus cuates.

Ya en el semanario Proceso, allá por los ochentas, durante algún tiempo nos dio por jugar béisbol. Me encontré con que varios de mis compañeros de la revista compartían en alguna medida la pasión por ese deporte. Como nuestro admirado subdirector, el dramaturgo Vicente Leñero; el fotógrafo Juan Miranda, el reportero Gerardo Galarza, el novelista y editor Federico Campbell, el cartonista Efrén Maldonado, el diseñador Hugo Moreno, mi hijo Paco Ortiz Pardo, entre otros, formamos un equipo de improvisados y conseguimos que nos prestaran campos de béisbol de la UNAM, en CU, para desfogar nuestras ansias peloteras de vez en cuando, algún sábado.

Una mañana nos prestaron el Parque del Seguro Social, donde vivimos la experiencia única de emular a nuestros ídolos en su propio escenario. Fue el día en que mi maestro y amigo Vicente Leñero, que entonces tenía 54 años de edad, dijo aquello de que “el sueño dorado llegó demasiado tarde”, al sofocarse hasta casi el infarto tras correr los 90 pies (27.43 metros)  que había entre la tercera y home cuando, yo al bate, realizamos un  espectacular escuis play que nos dio la victoria.

Desgraciadamente el béisbol, que llegó a ser un deporte chilango de multitudes, fue sacado a patadas de la capital. Lo asesinaron más bien. Cierto, la televisión comercial le volteó la espalda, lo discriminó, lo borró. Al grado de traicionar sus orígenes. Pocos se acuerdan de que el Canal 2, la señal emblemática de la actual Televisa, fue inaugurado en 1951 con la primera transmisión a control remoto de la televisión mexicana: un partido de beis entre los equipos capitalinos Azules de Veracruz y Diablos Rojos del México, desde el legendario Parque Delta. Con el paso de los años, los caballeros de la TV optarían por alentar el gran negocio del fútbol y de repente el box, y olvidarse de plano del Rey de los Deportes. Tienen su culpa, claro. Sin embargo, también la tienen y me parece que mayor, los empresarios, los dueños de los equipos que tenían como sede el DF. No fueron capaces de promocionar este deporte incomparable porque no quisieron invertir. Les dolió el codo. Buscaron el negocio fácil: fabricar peloteros para venderlos.

La puntilla sin duda fue la venta y demolición en el año 2000 –justo el año en que Andrés Manuel llegó al Gobierno del entonces Distrito Federal– del Parque Deportivo del Seguro Social, ese santuario del béisbol para 25 mil espectadores que durante 45 años fue casa de los Tigres capitalinos (sucesores de los Azules de Veracruz) y los Diablos Rojos del México. El beisbol capitalino se refugió entonces en el Foro Sol, donde su decadencia se acentuó. Los Tigres emigraron a Puebla y luego a Cancún, mientras los Diablos resistieron la penuria.

Como Jefe de Gobierno, el pelotero de Macuspana ofreció, junto con los empresarios, la construcción de un nuevo, gran estadio de beis en la capital. Nunca cumplió. Por eso ahora digo que ni siquiera en su afición beisbolera coincido con él. No le creo. Válgame.

DE LA LIBRE-TA

ABEJAS. Este jueves se festejó el Día Mundial de las Abejas. Es ocasión de llamar la atención sobre el peligro inminente que representa para este insecto vital para nuestra existencia la grave sequía que sufre gran parte del territorio mexicano. La falta de floración provocada por la escasez de agua pone en peligro su supervivencia y con ello su indispensable tarea polinizadora. Hagamos conciencia sobre ese riesgo. Y actuemos.

@fopinchetti

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