Las dudas vaticanas

Por Ernesto Camou Healy

— Hace unos días la Congregación para la Doctrina de la Fe, entidad vaticana que vigila que los fieles se adhieran a los principios doctrinales del catolicismo, dio a la luz un documento en el cual intenta responder a una “duda” que, dicen, les fue planteada, “¿Si la Iglesia tiene el poder para bendecir las uniones de personas del mismo sexo?”

La respuesta de ese organismo cuya historia se remonta a la Santa Inquisición, fue simple y concisa: “Negativo”. Y luego pasó a explicar en una nota breve y no demasiado aseada, la razón de su desaprobación.

El Prefecto de dicha congregación es el cardenal Ladaria, un jesuita español considerado parte del equipo del papa Francisco, y desconcierta que hayan hecho público este documento, inmediatamente después del viaje del Pontífice a Iraq, lo que desvió la atención a sus logros en ese encuentro paradigmático de los representantes de las tres religiones que descienden de Abraham.

El texto es muy corto y no refleja ni toma en cuenta el trabajo y la preocupación de muchísimos pastores y pensadores católicos sobre un problema y una realidad de la historia y la cultura actuales, la vida y los derechos de la comunidad homosexual. Más bien se preocupa por declarar, con un idioma que quiere ser inclusivo, pero no lo logra, la rancia doctrina que privó en la Iglesia por mucho tiempo: Reafirma la santidad del matrimonio y dice que las uniones entre personas del mismo sexo “no se ordenan hacia el plan del Creador” y que “bendecirlas parecería aprobar y estimular una opción y una forma de vida que no puede ser reconocida como objetivamente ordenada hacia los planes revelados de Dios.”

Para muchos y muchas esta declaración vaticana será una decepción, ya que hay una gran cantidad de homosexuales católicos, que tienen fe y quieren vivir una vida digna, y de compromiso con su religión y su saberse diferentes, pero también amados por Dios.

Lo más interesante ha sido la cantidad de respuestas a la duda vaticana: Obispos, cardenales, teólogos y encargados de la pastoral incluyente no han titubeado en decir que no están de acuerdo con el escrito y consideran difícil, o no adecuado, cumplir, desde su práctica pastoral o su meditación teológica, con lo que se plantea en él.

El pasado 21 de marzo, unos 350 teólogos europeos firmaron un manifiesto en el cual protestan por la prohibición de bendecir estas uniones. “El documento, afirman, está marcado por un tono paternalista y de superioridad contra los homosexuales y su plan de vida.” “Nos distanciamos de esta posición, añaden, y creemos que la vida y el amor de parejas del mismo sexo no valen menos delante de Dios, que la vida y amor de cualquier otra pareja.”

El presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, el obispo Georg Bätzing, se refirió al documento como “un punto de vista” que se tomará en consideración, pero no necesariamente se acatará durante el próximo sínodo alemán. Y en Viena el cardenal Christoph Schönborn, uno de los aliados del papa Francisco, dijo que “el mensaje se ha quedado en un no… hiere profundamente a muchas personas”; “si la petición es sincera y es por la bendición de Dios para una vida de dos personas… entonces no se les negará”.

Lo que está resultando interesante es la respuesta, disidente y sin ambages ni excusas, de muchos clérigos que se saben no obligados por un texto que no es más que un punto de vista, y sobre un tópico aún por discernir a profundidad en la teología y la pastoral. Hay en la Iglesia una discusión seria sobre la vida, necesidades, derechos y compromisos de la comunidad homosexual; esta respuesta oficial a una “duda” parece un intento apresurado por suprimir la polémica.

Ya hay más vitalidad y libertad en la Iglesia; veremos más reflexión y mayor compromiso con la fe y con la humanidad.

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