Con el circo en las entrañas

Por Jesús Chávez Marín*

— (Julio 2010). En meses recientes se soltó en varios sitios de internet una discusión que levantó polvo y polémica: el tema fue un fenómeno de la cultura de nuestro siglo al que se le empieza a conocer como la civilización del espectáculo. Este concepto se inició en febrero 2010 con una crónica extensa que el novelista Mario Vargas Llosa publicó en la revista Letras Libres. Al inicio de su texto, define y nombra de esta manera: “la civilización del espectáculo es un mundo en el que el primer lugar en la tabla de valores vigente lo ocupa el entretenimiento; donde divertirse y escapar del aburrimiento es la pasión universal”.

Puso el dedo en la llaga, pues la frivolidad con la que ahora se maneja la vida pública está llegando a un nivel que ya debería de preocuparnos. Hoy se habla mucho, y con descuido, de la supuesta pérdida de valores de las sociedades contemporáneas; esto se ha vuelto en algunas instituciones educativas un tema de moda, de tal forma de que ya cualquier profesor se suelta filosofando sin ton ni son, y algunos hasta publican severos libros sobre el tema.

Sin embargo cualquiera sabe que son los usos y costumbres los que marcan la pauta en los conceptos éticos, y no al revés. Un ejemplo lo vemos en las campañas políticas de los recientes años, donde ya parece tener más importancia la presencia de cantantes y bandas musicales que de los propios candidatos cuando en actos públicos supuestamente salen a desglosar propuestas y programas de gobierno que ofrecen a los votantes.

Hasta puede hablarse ahora de un mercado electoral, más que del ejercicio de un ambiente cívico. Ya ni por asomo aparecen en los discursos ideologías, doctrinas, conceptos políticos; solo queda el ruido de los lemas de campaña, que en su concepción parecen iguales a los lemas que anuncian cualquier producto comercial.

De la misma manera, para el espectador quedan al mismo nivel, por ejemplo, un candidato a la presidencia de la república y el cantante Vicente Fernández, quienes además comparten el mismo escenario en el acto político; de igual forma se iguala y uniformiza al extremo “una ópera de Wagner, la filosofía de Kant, un concierto de los Rolling Stones y una función del Cirque du Solei”.

Todavía hace diez años, los organizadores de actos políticos contrataban cómicos y músicos para que dos horas antes de un acto partidista fueran calentando el escenario y se juntara gente. A la hora del mitin los artistas se iban y aparecían los candidatos y los oradores con su propio show: eran buenos para echar discursos, manejaban una que otra idea, citaban a los clásicos de la política y de la moral pública.

Actualmente mariachis y políticos salen juntos, alternan sus participaciones, compiten al tú por tú en una especie de hit parade del carisma. Y no compiten con ideales ni con programas de redención social, sino con cirugías plásticas, letreros en las camisetas y sonrisas a como de lugar.

En estas dos semanas, hemos presenciado otro de los ejemplos más claros de este tipo de conductas colectivas: el fanatismo exacerbado en el mundial de futbol. Los deportes en nuestro siglo dejaron de ser cultivo de una disciplina física, ya no digamos la meditación encausada en el movimiento y la respiración. Ahora son industria del espectáculo, y en algunos eventos hasta ha causado matanzas y catástrofes.

En el mismo artículo, Vargas Llosa narra lo que sucede en las canchas donde se juega un partido de futbol: “es un espectáculo que desencadena en el individuo instintos y pulsiones irracionales que le permiten renunciar a su condición civilizada y conducirse, a lo largo de un partido, como miembros de la horda primitiva”.

Y así podemos seguir: en cada uno de los actos públicos se ve reflejada esta tendencia de las sociedades modernas, la de convertir los asuntos de la vida en un mero entretenimiento. Un ejemplo: todavía hace pocos años, cuando una pareja se casaba, lo esencial era la ceremonia civil o religiosa del matrimonio. Los invitados y familiares tenían la mística de asistir a un acto importante en la vida de dos personas; la fiesta que seguía después, era una forma de celebración que se realizaba en homenaje, que subrayaba la alegría y la solemnidad del rito.

Ahora, en cambio, las personas que organizan una boda ocupan el 80 por ciento de los recursos económicos, y del tiempo programado, incluso de la intención y propósito central, en la música, las fotos, los vestidos, el video, el banquete; en una palabra: la fiesta es lo importante, y pareciera que la ceremonia nupcial solo fuera un débil pretexto, ya casi sin importancia alguna, para que se organice el baile y el banquete.

Podríamos enfocar la atención en cada uno de los aspectos cotidianos de la vida actual, para ver cómo el boato y la diversión predominan en el manejo del tiempo, y es costumbre tanto de los jóvenes como de los adultos. Lo mismo sucede en la distribución de los gastos: como lo escribió a principios del siglo pasado el filósofo español Ortega y Gasset: se gasta más en lo superfluo que en lo necesario. No solo el dinero, también el tiempo de la vida.

Como parte de esa misma tendencia, algunos colegios y universidades privadas de esta ciudad dejaron ya de invitar para sus semanas culturales a escritores o científicos; ahora invitan a que den conferencias a personalidades de la televisión. Y no me refiero a periodistas supuestamente serios como podrían serlo Javier Alatorre o Joaquín López Dóriga. Los que ilustran a los jóvenes estudiantes de esas escuelas son ex futbolistas y cómicos, actrices de telenovela y primeros actores del melodrama.

De la misma manera ha sucedido con los programas oficiales de cultura: ya no invitan a Elena Poniatowska ni a Carlos Fuentes, como antes, sino a los Tigres del norte, a la Banda Limón y a los Cadetes de Linares. Las vacas sagradas ya no serán Juan Rulfo ni Octavio Paz, sino Joan Sebastián el poeta del jaripeo; Vicente Fernández que no deja de cantar hasta que el público cae desmayado por la borrachera y la desvelada; los cumbia Kings con sus cursilerías a ritmo de salsa tex mex y, por supuesto, ese milagro de la biología y la cirugía bien alimentada que responde al dulce nombre de Maribel Guardia.

Julio 2010.

*Jesús Chávez Marín es escritor y editor chihuahuense

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